El hombre del Partido Americano

Jorge Abelardo Ramos

Alta Gracia, 29 de diciembre de 1979.

Señora Laura Ernestina de Noble
Directora de “Clarín”
Capital

De mi mayor consideración:

El día 13 de diciembre de este año el suplemento literario de “Clarín” publicó un artículo de la señora María Teresa Canevaro titulado “Utilidad de la Nación” en el que se refiere a las ideas latinoamericanas del General San Martín, o mejor dicho, a la ausencia de dichas ideas en el espíritu del Libertador. De tratarse de otro tema, aunque no fuese compatible con las opiniones propias, no hubiera formulado comentario alguno. Pero durante más de 30 años, desde mi primer libro “América Latina: un país”, hasta mi “Historia de la Nación Latinoamericana”, estudié dicha cuestión, que reputo esencial para nuestro destino nacional.

Es tal la gravedad y exigencia de precisión que atribuyo a la concepción latinoamericna de San Martín, en el pasado como en el presente, que me permito solicitar a Ud. la publicación del artículo adjunto en el suplemento “Nación y Cultura”. He creído conveniente remitir al Dr. Enrique Barba, Presidente de la Academia Nacional de la Historia y al Dr. J. E. Pérez Amuchástegui, distinguidísimo investigador sanmartiniano, copias de mi trabajo, para solicitarles se expidan sobre el fondo del asunto, de ser posible por medio del diario de su digna dirección.

Saludo a la señora directora con mi mayor estima,

Jorge Abelardo Ramos

¿San Martín no compartió los”sueños” de Bolívar en cuanto a constituiruna gran Nación hispanoamericana?

¿Resultaría así que solo se propuso fundar repúblicas independientes de España,separadas las unas de las otras? En suma, la tendencia actual de confederar América Latina, de la que el Pacto Andino y los acuerdos con Paraguay, Uruguay y Brasil en materia energética son realidades expresivas ¿tendría como fruto un pueblo latinoamericano formado por “apátridas próspe­ros”? Tales son las tesis que, con brío y error indudables, expone la señora Ma­ría Teresa Canevaro en el artículo publicado en “Clarín” del 13 de diciembre.

Resulta imperioso e inexcusable dilucidar el asunto. Su gravedad repo­sa en dos hechos capitales para el destino nacional: la continuidad vital del pensamiento genuino de San Martín y la unidad de América Latina. Ambasse vinculanestrechamente a la formación de la conciencia histórica de las nuevas generacio­nes. No hay futuro argentino digno de ese nombre sin conciencia histórica. La bancarrota actual de la vieja factoría pampeana se manifiesta justamente en la cri­sis pública de esa conciencia.

De modo sorprendente, la señora Canevaro cita la conocida carta de San Martín a Guido en la que dice:”Usted sabe que no pertenezco a partido alguno; me equivoco, yo soy del partido americano”.Sin embargo, la autora extrae de talconfesión una interpretación opuesta a texto tan claro. Así, afirma la señora Canevaro:”San Martín dio por sentada la división política que venía de los tiempos de la monarquía, apunta el historiador Enrique Mario Marochi; esa inteligente división de los virreinatos y de las capitanías generales y solo buscó cambiarles,su dependencia por su independencia. No quiso unir a unos con otros, ni subordi­nar estos a aquellos. Comprendió o intuyó la imposibilidad de amalgamar comunida­des tan distintas como las rioplatenses y la chilena, como_ la chilena y la perua­na…Elhombre del Partido Americano no tuvo,al parecer, sueños continentales”.Todo su trabajo gira alrededor de dicha tesis.

Cabe observar que ni San Martín ni Bolívar acariciaron “sueños conti­nentales” sino que heredaron y reformularon con el lenguaje de la política y lasarmas, objetivos nacionales de alcance hispanoamericano. Estos objetivos no han cambiado en nuestro tiempo. Para ambos capitanes, la Nación era la América Hispánicaconcebida como un todo y, más aún, si era posible, con España incluida. No ha caído en el olvido el concepto preciso que define los caracteres de una Nación:”Es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada en la comunidad de la cultura”. Esclareceel tema recordar que los Estados alemanes en la época de Federico el Grande revestían más diversidad entre sí que la que separaba a las posesiones americanas deEspaña en revolución, para no hablar de las diferencias de toda índole existentes entre las colonias norteamericanas de Inglaterra.

Las diferencias que hubo y hay entre las partes constituyentes de América Latina son propias de particularismos regionales y no de naciones clásicas, forjadas por la historia, las etnias petrificadas o las lenguas vivientes.

Cabe recordar que toda la arborescencia del aparato jurídico, políticoadministrativo y aduanero creada por las 20 Repúblicas después de San Martín, sonel resultado, como lo prueban las series documentales de Canning, Webster o LordPonsonby, de las diplomacias británicas y norteamericanas, en especial de la pri­mera. Canning conocía la divisa romana”Divide et impera”. Pero San Martín tam­bién la conocía, y ambos militaban en partidos opuestos. Bolívar no fue Presidente de la Gran Colombia (las actuales Panamá, Colombia, Ecuador y Venezuela), Dic­tador del Perú y fundador de Bolivia en un sueño concebido una tarde bochornosacon el ron y la mulata de Jamaica, sino que lo fue en verdad.

Del mismo modo, San Martín no solo fue general en jefe del Ejército de los Andes, triunfador en Chile y Protector del Perú, (mientras nombraba a Güemes general del Ejército de observación sobre el Alto Perú) sino un político que a través del diputado men­docino Godoy Cruz presionaba en 1816 sobre el Congreso de Tucumán para que declarase le. Independencia. Esta declaración se hizo en nombre de “Nos los represen­tantes de las Provincias Unidas de Sud-América”. ¿cuáles eran las instrucciones reservadas recibidas por San Martín el 21 de diciembre de manos de Pueyrredón? Se le ordenaba que procurara hacer valer su influjo y persuación “para_que en­víe Chile su diputado al Congreso general de las provincias unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación”. La aldea era la patria; y la Nación, toda la extensión de la América española. Para algu­nos, incluso Brasil, según creía el general brasileño que combatió junto a Bolí­var, Abreu de Lima. Soplaba sobre todos la brisa ardiente de la Revolución espa­ñola, de la Revolución francesa, de la Revolución norteamericana. Eran todos “americanos”, hijos de una época conmovida por las nuevas nacionalidades en movimiento. Nadie quería la soberanía en un villorrio, salvo las oligarquías expor­tadoras de los puertos; esto es, los porteños, los hombres de Santos, de Puerto Cabello, los de Valparaíso o Guayaquil, los del Callao, o los mercaderes cíe La Guaira. Cuando los soldados vencieron en Ayacucho, los comerciantes y terrate­nientes (la hacienda y la tienda) le dieron a la tropa extenuada su porción de “chicha y chancho” y la licenciaron para siempre. Entonces, cada oligarquía lu­gareña quiso para sí la soberanía del puerto. Hundieron a la Patria Grande jun­to con sus héroes. A Bolívar le pagaron con un lugarcito en el campo santo de Santa Marta. San Martín no tuvo más premio que la emigración. Los embalsamaron en bronce, los divinizaron y subieron tan alto, para que nadie supiese lo que realmente querían y la causa por la que habían luchado. Una vez más, terratenientes y banqueros manipularon a militares.

Había que sumergirse en los viejos papeles para redescubrir cue tan­to San Martín como Bolívar, hasta el último momento, habían pugnado por conser­var la unidad aún con España: San Martín, en su propuesta al virrey Laserna, y Bolívar en su desconocido memorial a Fernando VII, nada menos, proponiendo la creación de un Imperio americano-español, sobre bases democráticas y federales.

Era perfectamente lógico que si Europa desplegaba su historia para constituir sus Estados Nacionales, los grandes americanos que vivieron en ella, Miranda co­mo San Martín, Bolívar y otros, quisieran lo propio para América. Era la ideolo­gía común a todos los revolucionarios de la época: ya en el siglo XVIIIel jesuita Vizcardo y Guzmán, natural de Arequipa, escribía su carta a los americanos: “ElNuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra”. Francisco de Miranda concebía una Colombia coronada por un Inca que naciese como gran potencia; Francisco de Morazán luchó toda su vida por la unidad de Centroamérica y murió fusilado por un localista cerril; las Juntas de Caracas y Santiago de Chile en 1810 formulaban un llamado para reunir un Congreso general para la “confedera­ción de todos los pueblos españoles de América”; Egaña, Monteagudo, el Deán Fu­nes, Castelli en Jujuy, Fulgencio Yegros en Asunción, el Mariscal Santa Cruz, en fin, formulaban la exigencia de la unidad. San Martín, Artigas y Bolívar fueron la expresión viviente de ese credo natural de las milicias emancipadoras. El peligro de olvidarlo forma parte de las vicisitudes y aventuras de la conciencia histórica de argentinos e hispanoamericanos. Darío, Vasconcelos, Manuel Ugarte, retomaron con la generación del 900 el eslabón perdido de aquellas grandes bata­llas. En tiempos azarosos como los actuales, hay que mantener su recuerdo másvivo que nunca. ¡Para que nada pueda apartarnos de esa escuela de proeza, tiempos en que los esclavos se emancipaban, y trocarnos en almas dóciles de una Pequeña Argentina!

Se nos había impuesto un San Martín desinteresado en el poder, un soldado aséptico; luego se nos presentó un San Martín santificado, con aura, solo preocupado por educar bien a su hija en Bruselas, despojado de pasión y autor de tres ocuatro proverbios. Bueno sería que ahora San Martín quede reducido a devoto benefactor de la parroquia.

El hombre del Partido Americano era la antítesis de los facciosos del separatismo porteño, o provinciano, que en algún momento concibieron la creación de la República del Plata, uniendo los puertos de Montevideo y Buenos Aires, (aban­donando a la fragmentación y la barbarie al resto sangrante de América Latina) de la República de Tucumán o Entre Ríos, micro—estados de la Patria chiquita. En lano che de su vida, en Boulogne Sur Mer, solo conservaba de las viejas hazañas tres pre­ciadas reliquias: la espada de sus batallas, que donó por testamento a Rosas; elestandarte de Francisco Pizarro, recibido del Perú, y un minúsculo camafeo con el retrato de Bolívar. Es que la vida está hecha de un material tejido por sueños, nos murmura Shakespeare. Al fin y al cabo quien no los tenga será incapaz de escribir la historia y mucho menos de hacerla.

(Texto completo de una carta enviada por Jorge Abelardo Ramos a la Directora del diario Clarín, para su publicación)

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