“JUEGO DE NIÑOS”

Cree una Cronista que con una Matanza Generalizada se Manejará a China

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

PARIS. – Como es universalmente sabido, Margaret[1] Higgins pertenece a esa clase de periodistas norteamericanos, tan frecuentes, por otra parte, que exigen cotidianamente el ataque atómico a la URSS, a China, o a cualquier país que moleste circunstancialmente la política de Wall Street.  Margaret posee, al menos, la virtud de la franqueza.  A las vaguedades deliberadas de Truman, Margaret opone la bomba. A ella y sus colegas, nutridos en los pasillos de las corporaciones, no la pervierten las consideraciones “diplomáticas” de la Casa Blanca. Sabe aquello que los amos quieren y lo proclama.

Naturalmente, esta energía facilita la comprensión de la política yanqui más que las homilías que vierten las sesiones de las Naciones Unidas.

 En su calidad de corresponsal en Tokio, Margareth Higgins está destacada en el Estado Mayor de las fuerzas norteamericanas que ocupan Japón, testimonio del respeto que Estados Unidos siente por el derecho de autodeterminación  de los pueblos. Con frecuencia pedagógica, la célebre corresponsal, cuyas crónicas sobre Corea fueron un “bestseller”, entrevista a Clark o a Ridgway, viaja a Europa o a Kaesong, a Washington o a París.  Almuerza con senadores, cena con generales, toma el té con los estrategos de la OTAN o discurre de la guerra bacteriológica con los servicios químicos del ejército norteamericano.

Esta incansable actividad le permite escuchar las “confidencias” de hombres importantes, que luego ella entrega al mundo asombrado, siguiendo la escuela inaugurada por Emil Ludwig en sus coloquios con Mussolini. Con menos psicoanálisis que el trivial germano, Margareth Higgins trata los más graves asuntos de la hora actual con la misma irresponsabilidad.

Como la muerte es para ella algo periodísticamente habitual, le encanta la posibilidad de destruir Moscú, Pekín o Budapest de un solo golpe. No se detiene a meditar las consecuencias del golpe, sino la hipotética expansión de las mercaderías norteamericanas.

Como el avión era gratis y Formosa parecía un asunto tentador, Margareth Higgins entrevistó al generalísimo Chiang-Kai-Shek en su cuartel general de Tapeih. Las perlas de la entrevista no brillan mucho. En primer lugar, el generalísimo de Formosa afirmó que la conferencia económica de Moscú tenía por objetivo planificar los recursos económicos de China, con los de la URSS y las democracias populares, afirmación que no causará sensación en Occidente ni en la URSS, Margareth Higgins, para “adornar” su entrevista, nos informa que el hijo mayor del generalísimo estudió en la URSS y fué presentado a Stalin a los diez y seis años. Es bueno recordar que esto ocurrió cuando el Kremlin, en uno de sus habituales rasgos de “sagacidad política” entregó en bandeja el Partido Comunista chino a Chiang, al mismo tiempo que lo adulaba para “ganar” a su favor a un miembro de la familia de magnates chinos Soong. Posteriormente, el hijo de Chiang regreso de Rusia y su padre arrojó a los comunistas chinos en las calderas de las locomotoras. Desde entonces pasaron muchos años y cuando las masas campesinas de China expulsaron a Chiang del país, la flota norteamericana lo protegió en Formosa. Allí medita. Para aclarar al mundo los secretos de la guerra coreana, el generalísimo declaró a Margareth Higgins: “Los rusos están decididos a proseguir la guerra de Corea, porque ellos la consideran como ventajosa para el comunismo internacional y también porque ven un medio de reducir la población de China. Rusia desea que los chinos sean menos numerosos a fin de que el país sea más fácil de dirigir”, Margareth Higgins, depositaria de las preciosas palabras, quedó muda de admiración. Con su mano temblorosa redactó el cable, dichosa de haber hablado al fin con un estadista que ve bajo el agua. Con 300 millones de chinos menos, manejar los 100 millones restantes será un juego de niños.

Artículo publicado en el diario Democracia

Edición del Viernes 31 de Octubre de 1952 Pág. 1


[1] Error de tipeo, falta la h final del nombre

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