Porque cayó el Gobierno Peronista

Jorge Abelardo Ramos

Las fuerzas armadas han derribado el gobierno y ocupado el poder. En 1930, voltearon al gobierno popular de Yrigoyen; en 1943, al gobierno oligárquico de Castillo; en 1955, a Perón; en 1962 al gobierno de Frondizi, votado por los peronistas en forzada opción; y en 1966 a Illia, que había llegado a la presidencia por la proscripción del peronismo con el 20% de los votos.
Dejemos a un lado las veinte conspiraciones o cuarenta y más “planteos” en ese medio siglo de historia argentina. Semejante regularidad en los pronunciamientos militares indica claramente que la sociedad argentina está enferma. ¿Cuál es la naturaleza de su enfermedad? Simplemente que la Argentina está a mitad dc camino entre el capitalismo avanzado tal cual se dio en Europa y Estados Unidos y una estructura petrificada, puramente agraria, comercial y pastoril, típica de una semicolonia disfrazada con un barniz superficial de modernidad. La vieja oligarquía no deja avanzar hacia el capitalismo y la débil burguesía nacional es incapaz de eliminar a la oligarquía. El Ejército se ha hecho intérprete, según las circunstancias y el nivel político de la oficialidad, de uno u otro sector. Pero este dilema histórico-económico ha dado lugar a la aparición de dos grandes movimientos nacionales, el yrigoyenismo y el peronismo.
Sus caudillos representaron la ambición legitima de las masas populares, del naciente proletariado, del pequeño empresariado, de los colonos y agricultores, de la clase media vinculada a la burocracia o a las economías provinciales, de crear un país autónomo, con un régimen capitalista próspero y una soberanía inatacable. Pero los grandes caudillos y las clases agrupa­das alrededor de ellos fracasaron en ese empeño. Fueron infamados, después de vencidos, por un sistema rapaz integrado por los grandes ganaderos, bolsistas y zánganos, los exportadores, banqueros y capitalistas extranjeros, con una prensa venal a su servicio.
El golpe militar del 24 de marzo reitera este ciclo funesto. Su programa se personifica en Martínez de Hoz, ganadero y director de grandes empresas monopólicas ligadas al imperialismo.
Como en otras oportunidades, las Fuerzas Armadas han colocado el poder económico en las manos de los terratenientes y banqueros. Con las espaldas bien guardadas, este grupo se dispone a eliminar todas las medidas protectoras de los derechos obreros y la política nacionalista defensiva, débil sin duda, pero nacionalista al fin, del tercer gobiemo peronista.
Que el carácter antiobrero y antiburgués de este movimiento mi­litar no ofrece la menor duda, se demuestra por la intervención a la CGT y a la CGE. Para la camarilla de asesores oligárquicos de los comandantes, los obreros y los empresarios industriales despiertan sospechas y merecen una investigación, pero omiten investigar a la Sociedad Rural Argentina, el núcleo de los grandes propietarios latifundistas que constituye el “poder detrás del trono” de la mayoría de los gobiernos antipopulares desde hace más de un siglo.
Antes de seguir adelante, hagamos un repaso de los acontecimientos anteriores que nos permita comprender el presente.

EL REGRESO DE PERON


Onganía se había propuesto inmovilizar la voluntad popular durante veinte años, esperar la muerte de Perón y dejar al funcionario de Deltec, Krieger Vasena, el control del poder económico. Pero la conmoción nacional marcada por el “cordobazo” y los acontecimientos similares en Corrientes, Tucumán, Catamarca, Mendoza y el resto de la República, demostraron bien a las claras que los argen­tinos habían llegado al limite extremo de su paciencia con la dictadura militar. La caída de Onganía y Levingston obligó al Ejército a sacar las conclusiones de tales hechos y a convocar a elecciones. La primera de ellas, el 11 de marzo, tuvo aspectos ilegítimos, pues excluía a Perón de sus derechos a participar; la segunda, el 23 de setiembre fue totalmente democrática, ya que no lo excluía. El regreso de Perón coincidió con un florecimiento de las ilusiones más exageradas de un sector de la juventud de la clase media, que pretendía ver en el anciano caudillo al retorno de su prolongado exilio, una versión idea­lizada de un jefe socialista dotado de todas las virtudes y de los propósitos mas audaces. Para esta juventud, hija de los gorilas que habían execrado y desterrado a Perón, semejante devoción por el enemigo de sus padres escondí de algún modo un latente antiperonismo. Puesto que si Perón no satisfacía tales esperanzas, sin duda los padres gorilas habían tenido razón. Pero como Perón no había sido nunca ni pretendía ser en su vejez un revolucionario socialista, sino un nacionalista popular, la decepción fue proporcionada a la ilusión: una minoría de esa juventud de 1973 se volvió rápidamente antiperonista, se alió con las juventudes “democráticas” (radicales, comunistas, cristianos) e integró la izquierda cipaya hasta formar un fantasma sin masas llamado Partido Autentico. Un pequeño sector de esa juventud pasó a engrosar los grupos terroristas que con su acción criminal han contribuido durante los últimos tres altos a facilitar el acceso al poder de las Fuerzas Armadas. El resto de esa juventud, que era la aplastante mayoría y que en la hora dorada de Cámpora había pasado al campo nacional quedo atrapada en un mortal movimiento de pinzas; la única opción entre los grupos terroristas montoneros y el terrorismo oficial de López Rega era el abandono de la acción política y es justamente lo que hizo.
Perón, por su parte, volvía al país en crisis con sus propias ilusiones, desmentidas luego por los hechos. Gracias a la segunda guerra mundial, el país pudo sustituir las importaciones de artículos extranjeros y desarrollar su industria, facilitando así la formación de una importante clase obrera y de una pequeña y mediana burguesía industrial nacional. La Argentina, como todos los países semicoloniales lograba ciertas formas de crecimiento sólo a través de las dificultades financieras o militares de los grandes imperios que tradicionalmente la sojuzgaban. Las divisas acumuladas durante la guerra permitieron a los dos primeros gobiernos de Perón desarrollar una política popular, mantener altos salarios, construir obras publicas, repatriar la deuda externa, etc. Esas divisas se agotaron y hacia 1955, cuando la oligarquía intocada por Perón observó las primeras dificultades del régimen, dividió al Ejercito y con la ayuda de todos los partidos, desde el conservador hasta los comunistas, lo derribó. A su regreso, veinte años más tarde, Perón declaraba que para arreglar la economía del país hacía falta un acuerdo entre los partidos y los capitales procedentes de Europa. Pero en 1973, a diferencia de 1946, el país, lejos de ser acreedor, era deudor. Los partidos “democráticos”, directa o indirectamente se habían encargado de aumentar esa deuda a lo largo de 18 años de gobiernos de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, On­ganía, Levingston y Lanusse. No podía esperarse en modo alguno que los capitales extranjeros concurriesen a dotar a la Argentina de capitales para volverla grande e independiente. El papel del imperialismo es justamente el inverso. Por lo demás, Perón volvía del destierro viejo y enfermo. Fue rápidamente rodeado por un heterogéneo círculo de leales honrados y de corrompidos, estos últimos ávidos de poder y dispuestos a aprovecharse hasta el último minuto de vida del caudillo de todas las achuras del gobierno próximo. Nada mas lejos de los propósitos ambiguos de esta banda que impulsar a Perón a cualquier forma de lucha contra el poder mundialmente establecido. Pero si los capitales no provenían del exterior, como esperaba Perón, la Argentina debía permanecer sumergida en sus crisis cíclicas, dependiendo eternamente de sus exportaciones tradicionales, de carnes y granos, sujetas a la variación de los precios fijados por Europa, despojada internamente de esa renta agraria por los parasitarios terratenientes o especuladores del comercio exterior.
¿Acaso no había alguna manera de romper el círculo vicioso? Al no poder acumular mas capital por medio de otra guerra mundial como en 1939-45, que había permitido a Perón realizar su gran política ¿Debía el país renunciar a la prosperidad y los trabajadores a una vida digna?
¿Es que nuestro país era “pobre en capitales”, como se decía? Nada era mas falso. La Argentina tenía y tiene capitales para crecer rápidamente. Las gigantescas riquezas potenciales y manifiestas son:
Las grandes empresas de capitales extranjeros residentes en el país, muchas de las cuales se han constituido en realidad con capital del Estado, mediante facilidades crediticias, impositivas y aduaneras, y cuya inversión, cuando existe, ha sido pagada varias veces por las remesas de beneficios, royalties, intereses, comisiones, coimas y exportación ilegal de ganancias.
Los grandes latifundios improductivos, en particular de la Patagonia y de la región pampeana, que no pagan impuestos, no aumentan en un cuarto de siglo una sola vaca el plantel de la ganadería argentina y acaparan miles de millones de dólares anuales procedentes del mercado interno y de la exportación, fuera de los robos gigantescos probados por la investigación parlamentaria en la CAP;
La comercialización (exportación-importación) constantemente fraudulenta, que arrebata al Estado millones de dólares anualmente;
La evasión impositiva de la mayor parte de las empresas nacionales y extranjeras que priva al Estado de cuantiosos recursos para pagar a su personal y emprender obras publicas;
El contrabando sistemático, mediante la complicidad de parte del sistema policial del Estado, que extrae del mercado interno valores muy considerables.
Ni siquiera podría decirse que la expropiación por el Estado de estos recursos revestiría un carácter socialista, sino meramente patriótico, como lo ha demostrado el Ejército en Perú al llevar a cabo medidas análogas.
Allí están para comenzar, capitales enormes que una revolución nacional podría emplear en beneficio de toda la Nación. Que el peronismo ya no podía emprender esa tarea se demuestra al considerar el intento del General Perón de apadrinar el proyecto de Ley Agraria que establecía un régimen impositivo gradual para los latifundios improductivos. Dicho proyecto fue bloqueado por los senadores terratenientes del propio peronismo en el Senado (Romero, Maya, Cornejo Linares y otros) con el apoyo de los senadores radicales no menos reaccionarios y terratenientes. Como si fuera poco, tal proyecto, que era notablemente moderado, fue rechazado por la CGT. Para no ser menos, la filial de la CGT en Santa Cruz condenaba por esa misma época, la idea de nacionalizar las gigantescas estancias de la Corona (de la Corona Británica) en el Sur argentino.
Cuando Perón volvió al país en 1973, y cuando comenzó su gobierno en ese año, el gran movimiento del 45 ya evidenciaba signos de agotamiento y decadencia. El caudillo no solo se veía impedido de poner orden en sus propias filas, de depurar a la CGT de algunos de sus mas contumaces y corrompidos burócratas, de reorganizar a la juventud peronista impregnada de estudiantes tan soberbios como cipayos —que no eran ni peronistas ni socialistas— sino que tampoco podía hacer marchar y aprobar un modestísimo proyecto de ley agraria. Esto no podía imputarse a la ancianidad de Perón, o a la camarilla rasputi­niana que lo rodeaba, pues de otro modo la historia seria muy sencilla de explicar, atribuyendo sus vicisitudes a las meras cualidades personales de sus héroes y villanos. De algún modo, la ancianidad de Perón y la corte burlesca de los Frank Nitti que la adornaban, reflejaban la crisis profunda del peronismo. Pero la crisis del gran movimiento de masas era a su vez la consecuencia de que el parasitismo de la sociedad oligárquica no había logrado, a lo largo de treinta años, ser eliminado por los gobiernos peronistas. Esto mismo había ocurrido anteriormente con el radicalismo. En tanto estos grandes movimientos nacionales, cada uno de los cuales había suscitado el fervoroso apoyo de las masas, vencía a la oligarquía en elecciones pero no suprimía su base social, como una verdadera revolución podía y debía hacerlo, la oligarquía insurrecta terminaba siempre por arrojarlos del poder y el movimiento nacional se precipitaba hacia una crisis mortal. El carácter inconcluso de la revolución peronista condenaba al movimiento que la habia inspirado a la impotencia, al fraccionamiento o a la muerte. De las masas peronistas y de sus sectores más revolucionarios depende que las banderas del 17 de octubre no sean arriadas, sino impulsadas hacia adelante y entren al gran camino del socialismo, para que su triunfo, en la próxima batalla, sea inexpugnable.

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