LAS NACIONES UNIDAS POR DENTRO

En Tierras Remotas los Hombre se Matan: en la UN se Conversa

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

        PARIS- (De nuestro enviado especial). –  El presidente Wilson tenia un rostro de pastor torturado por las duchas frías.  Fue un reconocido experto en mensajes evangélicos y el dios universal de los gerentes.  Una noche de insomnio sintió descender sobre su frente el soplo de una divina inspiración.  De ese insomnio surgió el más completo soporífero que se conoce en la historia de la diplomacia: La Sociedad de las Naciones.

El intermedio entre las dos guerras mundiales fue escenario de las sesiones ginebrinas, en las que Gran Bretaña, con la manera de un brujo cortés, escondió a los países pequeños toda posibilidad de hacerse oír.  La Sociedad del las Naciones desapareció en el huracán de la segunda guerra imperialista y arrastró en su caída no solo al imponente imperio británico (deslumbrante ejemplo de vencedor vencido por un aliado), sino a otros mitos menos substanciosos.  Se suponía que la experiencia inaugurada al azar por Wilson ofrecía una buena lección de la inoperancia de ciertas conferencias permanentes.  Pero los norteamericanos no se han destacado precisamente por meditar la filosofía de la historia.

Con el cándido arrojo que los caracteriza arrostraron la ironía del mundo fundado en los comienzos de la guerra fría una nueva organización internacional, el último modelo, la definitiva, la que acabaría con todas las guerras.  Bonita música, solo que un poco vieja.

La UN viaja a París

Los discursos de Acheson poseen la ventaja de su transparencia. Las oraciones de Wilson, en cambio, nutrida de vaguedades planetarias, impacientaban al “tigre” Clemenceau, ungido de la claridad del método cartesiano. Los juegos verbales de Wishinsky- el mejor número de “varieté” para los corresponsales que no entienden de política- evocan bajo  su furia aparente el profundo temor de la burocracia soviética a una nueva guerra.

La instalación del actual período de sesiones de las naciones Unidas en el palacio de Chaillot- que normalmente cobija media docena de museos- ofrece un símbolo maligno sobre sus resultados.  La secretaria de la UN ha invertido muchos miles de dólares  en levantar una estructura provisoria para alojar a los  numerosos servicios administrativos de la entidad durante dos meses.  Frente a la UN  se eleva la mole de hierro de la Torre de Eiffel, que vigile en silencio. Los coches  de lujos van y  vienen incesantemente y las luces encendidas en las distintas plantas  de la UN  ofrecen una vidriera astral cuando cae la noche.

3.200 corresponsales extranjeros

En este microcosmo que es la UN, donde tanta importancia posee su bar como su comisión política, el periodismo mundial tiene una nutrida representación.  Más de 3.200 corresponsales están acreditados en las Naciones Unidas, aunque no todos ellos concurren a sus sesiones. Pero un público realmente exótico en los conflictos de la política mundial  asiste regularmente a los actos corrientes de la vida en la UN.

Condesas emergidas en Cristian Dior – el más caro modisto de Paris-, curiosos con habanos encendidos, agentes del tráfico internacional de armas o divisas, postulantes de distintas categorías, todos ellos concurren a la UN como a una batalla teatral. Los comentarios de los asiduos no remontan a gran altura. Las damas se admiran de la elegancia de Acheson o del “encanto” de Mr. Eden; los funcionarios se indignan del alto costo de vida en París (¡“Ya no se puede vivir: una botella de champaña cuesta 5.000 francos”!) y los periodistas aluden al último escándalo de X. también se advierten personajes desconocidos, que no frecuentan el bar ni hablan con los diplomáticos.  Son miembros de delegaciones tunecinas o de alguna organización pacifista (stalinista o liberal de las que quedan), que abundan por las salas atestadas para entregar algún memorial que correrá seguramente el obscuro destino de los archivos.

Al terminar la sesión

Los violentos debates de la mañana han concluido.  Acheson  se acerca a conversar con Eden, envuelto en su máscara impasible; Vishinsky se aleja rápidamente rodeado de un grupo de delegados soviéticos y traductores, para enfundarse en el delgado coche negro.  En lugares remotos del mundo muchos hombres luchan y mueren.  Aquí se habla, por ahora.

Artículo publicado en el Diario Democracia

Edición del martes 22 de Enero de 1952 (Pág. 1)

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