Real de Azúa y el patriciado uruguayo

Estimado Real de Azúa:


Tu libro es un libro singular por dos razones: la primera es que a Montevideo nunca le ha caído muy bien el rastreo de los orígenes (lo mismo que a Buenos Aires) y la segunda es que a pesar de tus evidentes reservas frente al método marxista y a la noción de “clase” has escrito, al fin y al cabo, una obra sobre la clase patricia. Más aún, has buscado las raíces económicas del patriciado y sus correlativos ideológicos. Estos dos elementos del libro bastarían para asegurarle un sólido lugar en la bibliografía latinoamericana si no hubieras abrazado, rozado o examinado muchos otros temas tan importantes como los mencionados. En efecto, bajo todas tus amabilidades estilísticas y tus buenos modales expresivos —que hacen digerible el libro al grupo intelectual puro— dices cosas tremendas y que habrían sido inconcebibles e inexpresables en el Uruguay hasta hace pocos años. He aquí el mérito tercero de “El Patriciado Uruguayo”.
Una observación que me ha llamado la atención es la que formulas sobre el estado de ánimo y los móviles de algunos sectores de los “cisplatinos” acerca de la unidad o incorporación al Brasil, como fruto de la infamia porteña y la trágica caída de Artigas. Como buen argentino, ni había pensado en ello. Pero veo que tienes razón, sin duda alguna, pues Brasil también era América Latina y uno de los caminos de la necesaria unidad nacional. Naturalmente que no todos los cisplatinos contemplaban el asunto así y por otra parte el criollaje fundamental del artiguismo estaba más próximo al litoral argentino y más imbuido del odio al portugués.
Uno de los máximos problemas que presenta el tratamiento de la historia oriental, a mi juicio, es la imposibilidad de considerarla circunscripta a sus propios límites, lo que también ocurre en la Argentina, aunque en menor proporción. Si la “cuestión nacional” debiera encontrar en algún lado sus teóricos, investigadores y luchadores, Uruguay tendría que ser ese lugar, precisamente porque es el Plata la más acuciante expresión de la balcanización. De ahí que tu libro, al considerar desde varios ángulos el proceso del patriciado, no ignora que el Uruguay es inexplicable como Nación y que la interdependencia es uno de los rasgos específicos. También es preciso coincidir contigo en el papel peculiar que el imperialismo inglés juega en la Banda Oriental. A diferencia de otras zonas del planeta, los ingleses crean en el Uruguay una economía capitalista —rural y urbana— y desempeñan, desde el punto de vista uruguayo nacional un rol de progreso. ¿Por qué? Porque la deformación esencial ejercida por el imperio británico ‘en Sudamérica es de índole histórica y política: es la balcanización. Destruyen una nación posible y modelan en los países templados de buenos pastos una sociedad estable y próspera, que hace las veces de granja inglesa, con seguros sociales, un puerto cosmopo­lita, una superestructura ideológica alienada y hasta un antiimperialismo yanqui, con raíz inglesa y cultura francesa como no pocas publicaciones. Aislado el Uruguay de la Nación latinoa­mericana, se convierte en un país social y políticamente insular, como su socio y modelo británico. La isla uruguaya será una tierra dichosa rodeada de aguas turbias y embravecidas. El Patriciado se adaptará a todos los cambios sobrevenidos al crepúsculo artiguista, a las vicisitudes de la Defensa, a la guerra del Paraguay y al ciclo del poder militar, para avenirse al reparto del poder económico y política en la era del imperialismo: la burguesía comercial del puerto; los hacendados capitalistas, los nuevos industriales y el capital bancario, se fusionarán por arriba y los partidos políticos tradicionales mantendrán por abajo las viejas divisas de las horas históricas, distribuyendo las preferencias cívicas según los secto­res de la Isla, garantía de una prosperidad Cartorial interna a costa del renuncio a la Patria Grande.
A esa melancólica realidad, aunque confortable, llamaba Herrera la Concordia. Cuando sus bases materiales derivadas de la confu­sión del mundo, de la crisis sutil e irresistible del Imperio Británico comienzan a desvanecerse, también comienzan los sectores más lúcidos de la inteligencia oriental a problematizarlo todo, a interro­garse sobre todo y a poner todo en cuestión. Tu libro posee ese significado y tiene mucha viruta.
En la Alemania anterior a la unificación, en medio de una sociedad paralizada y miserable, habló la nación a constituirse por la voz de sus más altos espíritus. Fueron los intelectuales y filósofos los que llamaron a la Nación a incorporarse de su abyección y postración, fue Schiller y Goethe, mucho antes que Bismarck, los que crearon la unidad del alma alemana que permitió más tarde consumarla por medio de la espada. Y en el Río de la Plata no faltarán quizás intelectuales que emprendan el mismo camino.


Te felicito.

Un abrazo de
Jorge Abelardo Ramos

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