P. J. M. BEEL

Visto por MAMBRU

De frente y De PERFIL

NACIDO en 1892, el abogado Beel adquirió desde su más tierna infancia la inquebrantable convicción del que el reino de Holanda era eterno, su comercio inconmovible y sus colonias dóciles.  Eran tres ideas que le permiten estudiar, recibirse y ejercer su profesión sin inconvenientes. Sin embargo, el ritmo veloz de nuestro tiempo envejece rápidamente las ideas. Una de las mayores exigencias del siglo XX consiste en renovar el stock porque se trata de un material perecedero. Los tiempos en que una idea bastaba para una generación entera (debemos reconocerlo tristemente) han pasado para siempre. Una idea a veces alcanza hoy solamente para un día. Esta contradicción obligó a Beel a interesarse por la política, mucho más mutable que las leyes, que son su excrecencia. Atraído por los asuntos comunales de Eindhoven (una encantadora ciudad regida por un trust eléctrico), fué colocado al frente de los problemas comunales poco antes del estallido de la segunda guerra mundial. La fulminante invasión nazi encontró la decidida oposición de Beel, que abandonó sus funciones municipales como protesta ante el nombramiento de un burgomaestre nazi. Aunque habituado por tradición a la política versátil  de los burgomaestres flamencos tan acostumbrados a las invasiones  -véase la “Kermesse Heroica”-, Beel encontró la voluntad suficiente para resistir la oleada de colaboracionismo y retirarse a la vida privada hasta fin de la guerra. En 1945 fue designado ministro de Asuntos Interiores y al año siguiente primer ministro del Gabinete Real. La independencia de Indonesia y la crisis del comercio internacional holandés habían asestado un rudo golpe al universo dorado del Dr. Beel. La prosperidad ilimitada y los gestos imperiales debían ingresar a los museos de Ámsterdam junto con los recuerdos de una pasada grandeza. Desde entonces el Dr. Beel vivió en la Haya añorando un tráfico internacional perfecto, depurado de las interferencias, las crisis, las guerras y las revoluciones.  Es un sueño como cualquier otro.

Artículo publicado en el diario El Laborista

Edición del 3 de Diciembre de 1953 (Pág. 7)

También te podría gustar...