Arthur DEAKIN

Visto por MAMBRU

De frente y De PERFIL

MIENTRAS Bernard Shaw destilaba paradojas en los clubes fabianos, la familia Deakin probaba sobre su propia piel las delicias del régimen capitalista.  El hijo mayor nació en 1890.  Sus primeros años fueron duros pero el joven Deakin salio adelante.  En los barrios obreros no se hablaba mucho de la guerra de los borres, que había estallado en esos dominios lejanos de Gran bretaña. El viejo Salisbury había apelado al victorioso Kichtener, triunfador del Sudan, para apagar los ardores republicanos de los Afrikanders del África del Sur. Los obreros británicos acunados en el esplendor imperial no opusieron ninguna resistencia a una guerra feroz. El adolescente Arthur Deakin ya trabajaba en los puertos británicos y veía  partir a las tropas colonialistas sin preocuparse mucho del asunto.  Tenía un carácter práctico, observo las ventajas de la cooperación obrera, participo en el movimiento sindical  y muy rápidamente llego a los puestos directivos del sindicato de los obreros del transporte, donde durante muchos años formo parte de su burocracia dirigente. Del fabianismo de Wells y de las cantatas de socialistas en las iglesias evangélicas, se había pasado a la fusión del movimiento obrero en el Partido Laborista. El ascendiente de Deakin se expreso en términos políticos y la circunstancias lo transformarían en un sindicalista responsable. Se entiende en Gran Bretaña por sindicalista responsable a aquel dirigente que sabe sacrificar los intereses de la clase trabajadora a los intereses del imperio.  Cunado se llega a este nivel, el dirigente sindical es candidato a estadista. No otro fue el papel de Arthur Deakin en el movimiento obrero británico de nuestro tiempo. Miembro del Congreso de las Trade Unions, miembro del Consejo del Transporte, dirigente ejecutivo de la Federación Mundial de Sindicatos y finalmente ministro del Trabajo, Deakin ha pasado por todos los rangos que el capital financiero británico otorga a los varones prudentes del sindicalismo amarillo.

Artículo publicado en el diario El Laborista

Edición del 30 de Junio de 1953 (Pág. 7)

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