Norberto Galasso descalifica a Jorge Abelardo Ramos

4/11/2005. por Roberto A. Ferrero

Y digo que voy a terciar en la polémica Sulé-Galasso porque solamente quiero dar una tercera opinión respecto a temas que no han sido tratado o lo han sido insuficientemente por los contendores. Lejos de mí la insolente pretensión de hacer de juez y decir cuál de ellos tiene razón. No he de ser yo quien lo haga. No tengo la autoridad ni el deseo. Pero sí quisiera aportar mi modesto punto de vista respecto a algunos aspectos.

I
Para comenzar desde el principio: sobre los respectivos orígenes del revisionismo rosista y del revisionismo federal, del interior y latinoamericano (o “Revisionismo Científico” como le llamo yo para resumir todas estas determinaciones)
Ni uno ni otro ha nacido por la curiosidad investigativa de algunos historiadores o pensadores. Han surgido de diferentes proyectos sociopolíticos y son por tanto radicalmente distintos y no matices de una misma corriente. El mismo Sulé nos pone en la pista cuando escribe que “El Revisionismo Histórico nació por la necesidad de efectuar una revalorización sobre la figura y trayectoria de Rosas.” Pero ¿porqué hacer una revalorización del Ilustre Restaurador y no de los jefes de la “democracia ecuestre” –como la llamó Mitre en uno de sus raros aciertos- vale decir: Estanislao López, Facundo Quiroga, Varela, Artigas o Peñaloza? ¿Porqué no revalorizar aquella democracia bárbara donde –como dice Del Mazo- una lanza equivalía a un voto? La respuesta ya ha sido dada: porque cuando los cultores del revisionismo rosista coagulan en una corriente más o menos definida, por los años ’30, ha comenzado en la Argentina una crisis del sistema agroexportador dependiente y de su democracia liberal representativa, abriéndose así la posibilidad de sistemas alternativos, como el Fascismo o el Socialismo. Nuestros revisionistas rosistas, admiradores de las teorías aristocráticas de Maurras, Barré, Maulnier y cia., necesitaban encontrar un modelo “endógeno” para legitimar –como antecedente y ejemplo- su proyecto político de instaurar una república aristocrática, autoritaria y jerárquica, de ribetes mussolinianos. Lo encontraron en Rosas. No lo podían encontrar en ninguno de los caudillos democráticos del Interior o del Litoral. No les servía Artigas, que decía a los auténticos representantes de los pueblos reunidos en el Congreso de Paysandú: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”. Era mucho más pertinente y funcional al proyecto autoritario don Juan Manuel de Rosas, patrón de estancia que había abrevado en el pensamiento político de Gaspard de Real, teórico francés del poder absoluto.
En cambio el Revisionismo Histórico Socialista (o “Científico”) surge de un proyecto totalmente distinto, por no decir antagónico a aquél: el de la reestructuración socialista de la sociedad argentina y latinoamericana a partir de una profundización de la Revolución Nacional.
No es posible establecer que, por el hecho de que tanto en Galasso y el Revisionismo Socialista como en el Revisionismo rosista esté presente la detección de los tres factores que enumera Jorge Sulé (y que podríamos traducir como el Imperialismo, el Movimiento Nacional y la minoría oligárquica) ambas corrientes historiográficas se encuentran instaladas en una misma matriz. Quien así las presenta, con más claridad que Sulé, es nada menos que el denostado Tulio Halperín Donghi. Este profesor, efectivamente, en su breve estudio sobre “El Revisionismo Histórico Argentino” (Ed. Siglo XXI, Bs. As. 1971) mete a todos los revisionistas en la misma bolsa: Julio Irazusta y Jorge Abelardo Ramos, Ernesto Palacios y Rodolfo Puiggrós, Pepe Rosa y Ortega Peña… Postula, como dice más académicamente Fernando Devoto, “la unicidad de su objeto de estudio”. (De paso sea dicho: este Devoto presenta al Revisionismo Científico como una simple operación de piratería: “el grupo de intelectuales vinculados a Jorge Abelardo Ramos y el Partido Socialista de la Izquierda Nacional…”, escribe, consideró “conveniente apoderarse de él (del revisionismo. RAF) agregándole algún aditamento, por ejemplo el de socialista.” ¿Será del caso la aplicación de aquel famoso dicho popular que afirma que el ladrón cree que los demás son de su condición?)
De hecho, se trata de dos escuelas distintas, porque además de haber percibido los “tres factores” sulianos, el Revisionismo Científico aplica –al menos trata de aplicar a través de sus cultores concretos- otras tres categorías, que son precisamente las que le dan cientificidad a su producción intelectual: el materialismo social, la oposición dialéctica y la totalidad interrelacionada. Obviamente, la postulación del uso de estas herramientas no garantiza por sí solo el resultado final, porque él depende también del sujeto de carne y hueso que las maneja: lo que natura non da, el marxismo non presta. De allí los lamentables resultados que obtuvieron de sus investigaciones los historiadores del PCA y algunos pseudo-trotskistas como Milcíades Peña…
Por otra parte, si el sentido de pertenencia es hasta cierto punto constitutivo de una corriente de opinión, no hay duda que él interviene en la homogenización del Revisionismo socialista, pero no existe en relación a los cultores del nacionalismo y la historiografía rosista. Son dos puntos de vista distintos, dos cosmovisiones diferentes que los académicos asépticos no alcanzan a percibir. Y lo mismo puede decirse del rosismo en relación a los hombres de FORJA que, como muy bien recuerda Galasso, no sentían que pertenecieran a la misma tendencia y sentían justo resentimiento hacia los intelectuales nacionalistas que habían promovido y aplaudido el derrocamiento de Hipólito Irigoyen, numen inspirador del forjismo.
Eso no impide, naturalmente, que todos estemos juntos en la misma “lista” de los que sirven a la Patria y al Pueblo según su leal saber y entender.
Y que no se diga que por brotar de una necesidad pragmática como la que reconocemos arriba, el enfoque del Revisionismo Socialista tiene que haber sido parcial o deformante del pasado. Por el contrario: en la medida que Narvaja, Rivera, Ramos o Spilimbergo jugaban a ese proyecto todas sus expectativas y acaso toda su existencia, tenían que procurar que fuese lo más racional y exacto posible para que fuera viable. Y sólo lo sería si se ajustaba a los hechos y al sentido en que venía direccionada nuestra historia. De ahí la necesidad de conocer ésta en su más exacta verdad. Desde que la historia –o sea la serie orgánica de los hechos precedentes- es un continuum que llega hasta el tiempo presente y se eleva hacia el futuro, sólo se puede conocer en profundidad ese presente si se conocen sus raíces en las etapas anteriores del devenir. Una foto instantánea del presente, como la que nos puede presentar el peor de los estructuralismos a-historicistas, nos dará una descripción de la realidad coetánea, pero no una comprensión de ella, que es lo que hace falta para organizar un futuro posible.
Ramos siempre lo entendió así: el Socialismo revolucionario “explicó científicamente la realidad argentina y aspira a transformarla”, había escrito en la Introducción a su libro “De Octubre a Septiembre” (págs. 8/9)
Una necesidad política pragmática lleva entonces, no a una reconstrucción arbitraria o mitológica del pasado, sino a su conocimiento científico.

II
Coincido entonces con Norberto Galasso en distinguir el Revisionismo rosista del Revisionismo Socialista Científico, pero no en la datación del nacimiento de este último y la identidad de sus creadores.
Dice Galasso que “éste tiene sus orígenes hacia 1952” e indica su progenitor: el Grupo “Frente Obrero” y Aurelio Narvaja, responsables de los “Cuadernos de Indoamérica” donde se realizó la crítica del libro de Jorge Abelardo Ramos “América Latina: un país” de 1949: “Con este trabajo, tres cuadernillos a mimeógrafo, nace el revisionismo socialista…”, precisa el autor de “La Larga Lucha de los Argentinos”. En éste y otros trabajos del mismo hay una acentuada reivindicación de Narvaja y su pequeño grupo. Es un acto de justicia, indudablemente, porque los aportes de “Frente Obrero estuvieron largo tiempo ocultados y/o desatendidos. Pero Galasso hace oscilar ahora el péndulo al otro extremo: se eleva la estatura histórica de Narvaja, Sylvester, Etkin y Rivera y se rebaja el perfil de Jorge Abelardo Ramos, que queda reducido a poco más que un talentoso difundidor de los hallazgos históricos originales del grupo “Frente Obrero”. La cronología parece abonar esta tesis, ya que todos los libros de Ramos –excepto “América Latina: un país”- son todos posteriores a los trabajos de los pensadores de “Frente Obrero” ya sean los “Cuadernos…” o los libros de la Editorial Indoamérica, editados en 1954-55 por el grupo de Narvaja.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Por un lado, porque en la colección de Indoamérica, Biblioteca de la Nueva Generación, publicaba Jorge Eneas Spilimbergo que era hombre del grupo abelardista y no de “Frente Obrero”. Spilimbergo, efectivamente, publicó a través de la editorial narvajista dos trabajos: el N° 2 de crítica histórica-artística titulado “Diego Rivera y el arte de la Revolución Mexicana” (15/8/1954) y otro, más ajustado al tema en discusión en el que, bajo el seudónimo de “Lucía Tristán” exponía breve pero agudamente la historia crítica del radicalismo, y que se titulaba “Hipólito Irigoyen y la Intransigencia radical” (7-9-1955). Estaba anunciada por entonces también la aparición de “Leopoldo Lugones y su época” de Alfredo Terzaga, cordobés, amigo estrecho de Ramos y él también pensador original. (la concepción abelardista sobre Roca, cambió después de 1950 no sólo por obra y gracia de la crítica frenteobrerista, sino por la influencia directa de Terzaga, bebida en cartas personales y en charlas tete a tete aquí en Córdoba). Su hijo Fredy tiene en preparación un tomo con lo mejor de esta correspondencia.
Y por el otro lado, porque para atribuir la primogenitura del Revisionismo Socialista a “Frente Obrero” (y dejo de lado la cuestión formal de si se llamó así por primera vez o no en la antología de “El Revisionismo Histórico Socialista”, prologado por Blas Alberti en 1974) es necesario descalificar a “América Latina: un país” y recategorizarlo como un libro “no-revisionista socialista” debido a sus gruesos errores. ¿Es exacta esta apreciación? Creo que no, porque, más allá de sus desvíos “nacional-rosistas” –que existen tal como lo señala acertadamente Galasso- el núcleo del libro es sustancialmente una concepción histórica marxista socialista nacional. Basta leerlo desapasionadamente para llegar a esta conclusión. Es un libro con errores, es cierto, pero no se puede pretender que el Revisionismo Histórico Socialista naciera impecable e impoluto, de una sola vez y de una sola cabeza. Eso no sucede nunca o sólo sucede excepcionalmente, aun en las creaciones más novedosas.
Habría que ignorar, además, los artículos que escribió Ramos en “Democracia” a partir de Enero de 1952 –precisamente la fecha en que habría surgido el Revisionismo Socialista por virtud de “Frente Obrero”- que aunque no eran estrictamente de carácter histórico contenían siempre una interpretación histórica y los datos que la respaldaban.
Además: si Galasso considera que el Revisionismo rosista se estructura como tal alrededor del ’30 y Saldías, Quesada y Peña quedan reducidos –con razón- a la categoría de “precursores” ¿por qué no aplicar esta misma escala de juicio para apreciar el nacimiento del Revisionismo Científico? Si así lo hacemos, queda claro que la fecha de aparición de ésta, nuestra corriente, es la del año 1957, año de aparición del extraordinario libro de Jorge Abelardo Ramos “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”. Reducido todo a sus debidas proporciones, tengo claro para mí que Ramos es, en cierto sentido que ya explicaré, el creador de la corriente historiográfica del Revisionismo Histórico Socialista y Narvaja, Rivera y Sylvester sus ilustres precursores.
Con esta precisión no quiero simplemente dar vuelta el guante y decir que Ramos sea el demiurgo, único creador del Revisionismo Socialista, pero tampoco acepto- por no responder a la realidad fáctica- que el “Colorado” fuera, como dije antes, un mero divulgador de una doctrina ya creada a la que él no aportó nada más que su brillante pluma. Aun aceptando que el esquema general de nuestra historia pertenezca nomás a Narvaja/Rivera (Etkin escribió más bien sobre la cuestión judía y Sylvester sobre Stalin y puntualmente sobre Lisandro de la Torre), Ramos hizo aportes originales muy importantes que no están en los pensadores de “Frente Obrero”. Por ejemplo: la crítica histórico-política a la literatura (“Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina”); una nueva visión de la historia del Ejército, de sus dos tradiciones y de su rol en un país semicolonial (“Historia Política del Ejército Argentino”); el tratamiento de los Movimientos Nacionales y Populares de América Latina; la teoría de la Revolución latinoamericana; el develamiemto pormenorizado del papel contrarrevolucionario del PC como partido sedicentemente revolucionario; sus estudios sobre Perú y Bolivia y su movimiento obrero, que actualizan la exposición sí básica de Narvaja/“Ramón Peñaloza” sobre “Trotsky ante la Revolución Nacional Latinoamericana”; la crónica y el análisis teórico de las circunstancias del 17 de Octubre, que por razones de conveniencia política puso bajo la firma de Ángel Perelman, etc.
Conocí y traté a Aurelio Narvaja en su refugio veraniego de “Cañada del Sauce”, en el departamento Calamuchita de esta provincia, y si bien él se enorgullecía de haber contribuido de modo fundamental a la conformación de la Izquierda Nacional como pensamiento político revolucionario, jamás se proclamó creador de alguna corriente historiográfica particular; su colaboración en este sentido es más bien reducida: el estudio sobre Bolívar como prólogo al “Simón Bolívar” de Carlos Marx, y su similar sobre el General Paz –firmado como “Montenegro”- para las “Memorias Póstumas” del vencedor de La Tablada que librara al público la Editorial “Almanueva” en 1950. Mayor es el aporte de Enrique Rivera, aunque éste escribió siempre bajo la inspiración del gran pensador santafesino que fue Narvaja, expresando no un sesgo propio sino una elaboración de todos bajo la guía de éste. Ernesto Cevallos, su amigo y discípulo cordobés, aseguraba tajantemente, en un prólogo a los artículos de Narvaja publicados por Ramos en Ediciones del Mar Dulce (“Cuarenta años de Peronismo”, Bs. As, 1985), que “Aurelio Narvaja no es un descubridor del pasado, sino un lúcido intérprete de su tiempo” (pág.10). O sea: no un historiador, sino un pensador político.
Ramos, por lo demás, reconoció generosamente su deuda con “Frente Obrero”, no sólo en la ocasión que cita Norberto Galasso, sino también en su libro “La Era del Bonapartismo” (Ediciones del Mar Dulce, Bs. As, 1981), donde a la página 42 dice, refiriéndose a “Frente Obrero”, que “este periódico, redactado por Aurelio Narvaja, es el primero que caracteriza lúcidamente el caótico proceso que la historia conocerá bajo el nombre de peronismo, desde el punto de vista del socialismo revolucionario”. Para más, Ramos debería haberse “tirado al piso”, como dicen los adolescentes…
En realidad, el Revisionismo Socialista es una creación colectiva, pero no colectiva solamente al interior de “Frente Obrero”, sino en la interacción compleja de “Frente Obrero” y “Octubre”, dada la relación de colaboración/rivalidad entre ambos grupos; en la relación de Terzaga con Ramos; las conversaciones del riocuartense con Hernández Arregui y Esteban Rey cuando éstos vivían en Córdoba; la temprana influencia de Saúl Taborda, presentado por Horacio Sanguinetti como “precursor de la Izquierda Nacional”, y los trabajos que cité de Spilimbergo para la Editorial Indoamérica. Y estoy seguro que me olvido injustamente de algunos pensadores más modestos que escapan al recuerdo. El hecho es que hay una cantidad de análisis, de discusiones, de libros y de artículos, que aportan a distintas facetas de la realidad histórica, pero que recién se transforman en una nueva calidad (el Revisionismo Científico) cuando Ramos reúne todos esos hilos, todos esos aportes, los sintetiza, los compatibiliza y los reelabora creadoramente en su deslumbrante gran libro de 1957: “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, al que seguirá después –1968- “Historia de la Nación Latinoamericana”. Todas las demás obras de esta corriente que le siguieron, son tributarias –quiérase o no- de uno o de los dos grandes libros de Jorge Abelardo Ramos. Todos: los de Galasso, Maceyra, Honorio Díaz, Calello, Luis Alberto Rodríguez, Belloni, Carpani, Guerberoff o Acerbi en Buenos Aires; Roberto Salazar y Carlos Díaz en el Chaco, Claudio Maíz en Mendoza, Raúl Dargoltz en Santiago del Estero, Daniel Campi en Tucumán, Chin Cabral en Corrientes, el primer Gregorio Caro Figueroa en Salta y Denis Conles y Roberto A. Ferrero en Córdoba. (Santa Fe y Entre Ríos- patrias de Busaniche, de Sylvester, de Cervera, de Vázquez- son los grandes ausentes en nuestra producción historiográfica.¡ Extraño caso éste!) Hay sólo un par de excepciones: Alfredo Terzaga, por lo que dijimos, y Spilimbergo en algunos aspectos, principalmente en su ópera magna: “La Cuestión Nacional en Marx”, pero también “La Guerra Civil en los Estados Unidos y el subdesarrollo” y “De los Habsburgos a Hitler”, porque sus demás trabajos –sobre el nacionalismo oligárquico (1958) y el socialismo cipayo (1960)- ya tenían adelantados la casi totalidad de sus argumentos en los artículos de Ramos en el diario “Democracia de 1951/55 y en “Revolución y Contrarrevolución”, de 1957. Dejamos de lado la original contribución de Blas Alberti, porque ella se hizo más que nada en el terreno de la crítica a la Sociología académica. Ernesto Laclau exploró también otros terrenos, pero como han demostrado con bibliografía en mano Martín Bergel et al en “El Joven Laclau”, la tesis sobre la importancia de la renta agraria diferencial en la constitución social e histórica de la Argentina “sólo en su tránsito por el PSIN pudo ser incorporada por Laclau” (pág. 9).
Esto es así y la posterior capitulación de Ramos ante el menemismo proimperialista no disminuye en nada sus grandes méritos. Dice el refrán: “Lo que la pluma ha escrito, no lo borra el hacha”. Ni la capitulación, podemos agregar. Su caso es semejante al de Jorge Plejanov, que predicó por décadas la revolución socialista para Rusia, y cuando ella al fin se produjo, la desconoció y enfrentó acerbamente al gobierno leninista. Y sin embargo, Lenin siguió recomendando la lectura de sus libros a quienes quisieran aprender marxismo y el Estado soviético reeditó muchas veces sus Obras Escogidas.
Nosotros debemos seguir leyendo al Ramos pre-menemista, porque todavía tiene mucho que darnos. Y al Spilimbergo de sus trabajos clásicos. Y a Rivera y a Narvaja/Peñaloza, obviamente.

III

Finalmente, quiero “meter cuchara” en dos temas también tratados por los polemistas.
Uno es el del carácter de la Independencia latinoamericana, que siempre me ha martirizado. Según la tesis que comparten la Izquierda Nacional historiográfica y el rosismo, la Revolución de la Independencia no fue –valga la contradicción- “independentista” en sus orígenes; no fue ni separatista ni antihispanista. Esta tesis –que no es de Ramos, de Rivera ni de Sulé, sino de Enrique de Gandía- afirma que la Guerra de la Independencia fue una contienda civil entre liberales y absolutistas, que contó con criollos y españoles en ambos bandos; que -prosigue- al fracasar la revolución liberal en la parte peninsular del imperio español, los habitantes de esta otra parte, americana, habrían declarado su independencia para no quedar bajo las garras del absolutismo.
Bien. No es que yo quiera impugnar esta hipótesis, porque no soy historiador profesional y aún no he investigado el tema en profundidad, pero me perturba la existencia de ciertos hechos gruesos –y los hechos son porfiados- que encajan mal en esa tesis o hipótesis degandiana.
Estos son algunos de esos hechos “contestatarios”:
a) Venezuela declaró su independencia formalmente antes del triunfo del absolutismo en España, en pleno período de sesiones de las Cortes liberales de Cádiz que en octubre de 1810 declararon la igualdad de derechos entre españoles y americanos. No obstante esta circunstancia –que habría colmado los deseos de nuestros próceres liberales pero no separatista- el Congreso venezolano declaró el 7 de julio de 1811 “que las Provincias Unidas (de Venezuela. RAF) son y deben ser, de hecho y de derecho, estados libres, soberanos e independientes; que son absueltas de toda dependencia de la corona española o de quienes se llamen sus agentes o representantes”;
b) En Méjico, el general Agustín de Iturbide separó a su país de España en 1821, no para evitar caer bajo el control de los absolutistas (ya que él también lo era) sino, por el contrario, para no quedar bajo el dominio de la democracia española, que había inaugurado el Trienio Liberal (1820-1823);
c) En el Perú, es harto sabido que sus clases dominantes, después del susto que les había dado Tupac Amaru, no tenían ningún interés en la independencia, y menos bajo un régimen liberal que diese algunas libertades a los naturales del país.
Podría argüirse que la tesis degandiana es válida para el Río de la Plata. Pero, entonces, ¿en qué queda la naturaleza hispanoamericana de la Revolución? ¿No estaremos en presencia de una generalización abusiva de la hipótesis del “no separatismo original”? Pero incluso aquí en estas tierras del sur, ¿porqué un partícipe principal de los sucesos de Mayo, el general Manuel Belgrano no habla para nada en sus breves Memorias de un plan de democratización o de liberalismo imperial sino que alude solamente a “el deseo de la libertad e independencia de mi patria…”? En cuanto al “no-hispanismo”, los documentos y expresiones verbales de la época están plagados de sentimientos antiespañoles que no se pueden ignorar. ¿Y qué más antihispanista que la letra del Himno Nacional de Vicente López y Planes, tanto que décadas después, al establecerse relaciones diplomáticas con la Madre Patria, tuvo que ser aligerado de sus estrofas más ofensivas para España? Pero repito, no impugno, sólo introduzco algunas dudas y cuestionamientos.
El otro tema es el del marxismo, que Sulé toca medio de paso. Comparte, casi al final de su Carta, la crítica a la historiografía “marxista”. Correcto. Pero en afán de precisiones, debería decir la historiografía “stalinista” (Leonardo Paso), “mitromarxista” (Antonio Solari, Rondanina, Américo Ghioldi) o ultraizquierdoza (Milcíades Peña), porque el método marxista bien aplicado da origen a libros magníficos y veraces como “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”. Más adelante, afirma que los marxistas “ven individuos movidos por apetitos”. Doble error: en primer lugar, esa concepción es propia más bien de la sociología atomística ultraliberal, pero no del marxismo, que si por algo se caracteriza es por atribuir el protagonismo histórico a las masas y a las clases, y en segundo lugar porque el marxismo ve a los apetitos (de lucro, de sexo, de poder, de figuración?) como uno más de los motivos que movilizan la conducta humana, al lado de los ideales, las aspiraciones, las ilusiones, los rencores o los prejuicios, por nombrar algunos motores del alma. Seguramente la familia Rockefeller se mueve por afán o apetitos económicos, pero la Madre Teresa de Calcuta lo hacía por amor al prójimo. El marxismo se limita a explicar estos motores por el clima social e histórico en que surgen y se desarrollan, clima que, a su vez, tiene su explicación de última instancia en las condiciones de vida material (los modos de producción). Si el Medioevo, fundado en el modo feudal, nos da el amor caballeresco y el fervor religioso, el capitalismo en su etapa ascendente nos dará los ideales de la Revolución Francesa y en su crisis el Facismo y ahora el fundamentalismo homicida de Bush, claro que mezclado con convenientes dosis de “apetitos” para hacer negocios con el petróleo de Irak y la reconstrucción de Nueva Orléans. Pero todo esto Sulé lo sabe, porque ha leído el “Manifiesto Comunista”…
Los saludo a ambos muy respetuosamente.

Córdoba,04 de Noviembre de 2005

Roberto A. Ferrero.

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