Ramos, el arqueólogo

Fecha: 1988 | Autor: Arturo Peña Lillo 

(Descripción que hace de Jorge Abelardo Ramos el editor Arturo Peña Lillo en su libro “Memorias de papel. Los hombres y las ideas de una época”. Galerna, 1988.)

De Jorge Abelardo Ramos se ha dicho mucho y posiblemente se lo seguirá enjuiciando duramente. Hombre atrevido en circunstancias adversas; polemista mordaz y temido cuyos juicios lapidarios no buscan, precisamente, la adhesión, ha optado, en un mundo opuesto y confundido, descubrirle sus falacias. Su brillante pluma fue considerada por José Gobello, que algo sabe de esto, como la mejor de los argentinos contemporáneos. Ramos político, tiene a su favor un mecanismo psicológico que le permite elaborar coherentemente las contradicciones que originan a un socialista su convivencia con el sistema liberal-burgués. Gran admirador de Jauretche, como era éste de Ramos, llegaron a intercambiarse escritos de uno al estilo del otro y viceversa.

Jauretche sostenía que era el único marxista con sentido del humor. Ramos suele observarme oblicuamente y un odio cordial hacia mí lo embarga cada vez que, admirado por las imágenes y metáforas que derrocha en sus charlas, me obligan a recordarle que erró su destino. El hubiera sido el novelista más brillante de Latinoamérica. García Márquez o Vargas Llosa serían admirados discípulos suyos. Su imaginación es pasmosa. Así lo reconoció Alberto Methol Ferré quien, ante un relato que yo le hiciese, expresó: “Ramos es un arqueólogo; con una simple vértebra reconstruye un cliptodonte”. El caso era una graciosa reconstrucción de un personaje nacional. Había convenido una entrevista con Miguel Angel Cárcano, ex alto funcionario de varios gobiernos, que concluyó su carrera como ministro de relaciones exteriores de Arturo Frondizi. Llegado a su domicilio, una sobria y suntuosa mansión en Palermo Chico, esa zona extraterritorial de la Nación y de los más empingorotado de la sociedad argentina, para no caer en el lugar común de decir la oligarquía, departí varias horas con Don Miguel Angel. Delgado y alto; elegantemente transparentaba el estilo simple y distinguido de su hábito aristocrático. Rodeado de un moblaje rancio, sus libros se habían encuadernado, ya fuera en piel o cuero, en Londres. En un momento dado, no recuerdo por qué mototivo, se cuestionó el talento de Arturo Frondizi. Cárcano, hombre acostumbrado a lides intelectuales complejas, me hizo esta observación: “un hombre puede ocultar con éxito un crimen o una amante; nunca su inteligencia”. Concretado nuestro objetivo me retiré. Pocos días después, charlando con Ramos le relaté la entrevista. No me dio tiempo a concluir que, en un arranque de histrionismo, me reprodujo diálogos, y maneras de Miguel Angel Cárcano. A mi pregunta de dónde lo conocía, Jorge A. Ramos me aclaró que jamás tuvo oportunidad de tratarlo. Sabía de su trayectoria política y su proclividad a la excelencia, dado su parentesco con la realeza británica.

Con Ramos he mantenido una relación de más de 30 años. Amistad entreverada con lo comercial y muchas veces encontrada por discrepancias fundamentales.

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