Polémica entre Jorge Abelardo Ramos, Augusto Céspedes, Guillermo Lora y Antezana E.

Polémica entre el trotskista boliviano Guillermo Lora, Augusto Céspedes, Jorge Abelardo Ramos y Luis Antezana E.
El siguiente texto ha sido tomado de un folleto mimeografiado editado en 1968. Se trata de una polémica originada en un comentario bibliográfico realizado por el dirigente trotskista Guillermo Lora al libro de Augusto Céspedes “El presidente colgado”.

EXPLICACION
Con motivo de la aparición del libro “El PresidenteColgado”, a principios de año, se produjo una polé­mica en la que participaron el autor de dicha obra,don Augusto Céspedes, Guillermo Lora, el escritorargentino Jorge Abelardo Ramos y Luis Antezana E.

La importancia de la polémica nos ha impulsado lapublicarla para su mejor difusión entre el públicoy en especial entre los trabajadores, con objeto deaclarar importantes puntos de referencia sobre laRevolución Nacional boliviana, la interpretación dealgunos de sus problemas y la verdad sobre determi­nados personajes de la política criolla.

Jorge Abelardo Ramos y Luis Antezana E. defiendenla posición consecuente con el pueblo boliviano deAugusto Céspedes y denuncian la conducta reaccionaria de G. Lora, generalmente, ésta última, encubier­ta por rimbombantes frases y abundante folletería”revolucionaria”, que contradicen con sus hechos entodo sentido. Con relación a este”izquierdista”,de las palabras de Ramos y Antezana sólo surge comoconclusión una frase célebre de Marx, con respectoa los caricaturistas del marxismo y que pinta a G.Lora de cuerpo entero y que dice: “He sembrado dien­tes de dragón, pero he cosechado pulgas”.

Octubre, 1968.

Un libro de Augusto Céspedes

Por Guillermo Lora

Su autor, novelista de muchos quilates, cree haber escrito la historia del golpe revolucionario del 20 de diciembre de 1943 y del régimen Villarroel, aunque el libro que.11ega al lector bajo el sugestivo título de “El Presidente Colgado”, contiene más bien, las memorias de uno de los sectores de esos acontecimientos.

No se trata del historiador que no tiene más remedio que referirse a su actuación pública porque así facilita la comprensión de los acontecimientos. Céspedes parece haber escrito su libro para convencerse de la gran importancia que tiene en el acontecer político y está seguro que el lector sacará mucho provecho informándose de todas las nimiedades de su vida militante y privada.
En la página 14 nos hace saber que durante el gobierno Quintanilla, junto con oficiales de reserva del Chaco, trató de sublevar el Colegio Militar; en otros lugares se refiere con lujo de detalles a cómo el 20 de diciembre de 1943 ingresó al local de teléfonos automáticos, con quienes charló cuando fue a las minas y la forma en que fue paseado en hombros (pág. 59) o sus peripecias en el confinamiento. De esa manera en el volumen se ha ido acumulando mucho ripio y habría ganado mucho con la supresión de pasajes insulsos. Sin embargo, se tiene que comenzar reconocien­do que en “El Presidente Colgado” se encuentran verdaderas revelaciones históricas, datos sobre acontecimientos de primerísima importancia.

Es, ni duda cabe, un libro vigoroso que rezuma densa pasión más que sa­biduría y muchas de sus páginas están magistralmente logradas. Suficiente referirse a la defensa que hace del periódico “La Calle”, “cuna de la revolución nacional” y a la justificación de los fusilamientos de noviembre, hasta ahora rechazados con el argu­mento simplista de que se trata de algo monstruoso e indigno de gentes civilizadas (pág. 171 y sigs.). La clase dominante ha acostumbrado a todos, incluyendo a los hombres de avanzada, a considerar el asesinato de líderes revolucionarios y de gentes del pueblo como algo de tan poca significación que no merece figurar en los libros de historia (las obras ventrudas y “serias” no consignan las masacres obreras y ni siquiera el cobarde fusilamiento de Andrés Ibañez y los igualitarios). mientras que se desencadena todo un escándalo toda vez que las víctimas pertenecen a la reacción. Aunque no lo dice con claridad de los planteamientos de Céspedes se desprende que son los altos Intereses populares los que justifican el empleo de la violencia por los gobiernos revolucionarios. Contrariamente, la derecha recurre a la violencia en su em­peño de obstaculizar la marcha de la historia.

En “El Presidente Colgado” pueden encontrarse las huellas de la decadencia de Céspedes como escritor. Duele que el magnífico novelista se pierda por su terco empeño de escribir historia (“tu historia son historias” le dice Tamayo a Arguedas; mas, la frase lapidaria puede aplicar también a él con toda propiedad).

Es notable la forma osada en que vi­goriza nuestro lenguaje, incorporando a la literatura todas las aportaciones populares. La suya es prosa mestiza, elocuente en su brevedad, hecha para herir y gustar, brillante y bien labrada.

En anteriores escritos y todavía en “El Dictador Suicida” el uso de fuertes adjetivos era oportuno, en el libro que comentamos tiende a convertirse en chabacanería. a pesar de que el autor pide disculpas por recargar demasiado la tinta. En “El Presidente Colgado” es el adjetivo el que con frecuencia sustituye al razonamiento ade­cuado y al documento indispensable.

¿Cuál es el método que sigue el “historiador” Céspedes? El conspicuo masón Iturricha inició su trabajo histórico con un largo y erudito capítulo destinado a exponer la filosofía de la historia que le sirvió de norma y que, por otra parte, es acabadamente idealista y reaccionaria. Nada de esto ocurre en Céspedes y muchos de los que busquen el hilo conductor del relato se verán confundidos por el inmoderado uso del término dialéctica. que en su pluma apenas si es un adjetivo más.

Analizando el rol que Céspedes asigna a los diversos personajes se tiene que concluir que la historia es hecha por los hombres superiores conforme a sus deseos. La clave de la historia boliviana, por lo menos de las tres úl­timas décadas, debería buscarse en el clan familiar Montenegro Arce Céspedes y particularmente, en este último, que, indiscutiblemente nació para encarnar al héroe de Carlyle. La realidad objetiva no sería pues más que el producto de los planteamientos elaborados por el cerebro genial o retardado de los líderes de turno. Se explica que en Céspedes la política quede reducida a pugna y odio personales. Gran parte de “El Presidente Colgado” está dedicada a ridiculizar a quienes han sido catalogados como enemigos de la troika Montenegro-Arce-Céspedes y, por tanto, de la revolución boliviana.

A un historiador de derecha sólo po­demos exigirle una honesta y documentada descripción de los acontecimientos. El escritor revolucionario debe ofrecer la interpretación de los fenómenos políticos y su proyección hacia el futuro, lo que supone la revelación de sus contradicciones internas, vale decir, la explicación de la política con referencia al choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción (Céspedes cita de pasada este segundo factor), que en el nivel clasista, y concretamente, en nuestro país se presenta como la colisión entre el proletariado y el imperialismo. Todas las otras contradicciones son secundarias. Céspedes sin darse cuenta ha jugado un determinado rol en esa gigantesca pugna.

El proletariado encarna la rebelión de las fuerzas productivas contra el imperialismo que es el mayor obstáculo que se opone al libre desarrollo de aquellas (desarrollo que se traducirá en el avance de la economía en su conjunto y no únicamente de alguna de sus ramas). Esto explica la enorme importancia que adquiere la poco numerosa y joven clase obrera. La incipiente y caduca burguesía nacional ha sido desplazada por la metrópoli imperialista en la tarea de estructuración de una sociedad democrática burguesa, objetivo que en manos de esta última se ha convertido en saqueo de las riquezas nacionales y en opresión económica y política del país.

Menudean las referencias a Nietzsche, Marx, Lenin, Trotsky, etc. y todo hace suponer que Céspedes ha leído al primero, con quien, por otra parte, se identifica. A Marx le atribuye gratuitamente una cita y reproduce un párrafo del menos recomendable comentarista de Trotsky , el argentino Ramos. Cuando define la restauración no la considera una etapa particular de la lucha de clases, sino que se apega a una de las vaciedades de Ortega y Gasset (” la vida española se hace hueca de sí misma”), a quien entre nosotros se lo conoce como el “filósofo del corcho”.

Cuando critica a los gobiernos movimientistas y muestra sus limitaciones y errores da pruebas inequívocas de valor y probidad intelectuales. “La pedagogía política deformatoria de los valores nacionales que influyó totalmente en el periodo de Peñaranda (1940-43) posee tal poder de desorientación que se filtra hasta frustrar el gobierno de Villarroel y llegó a contaminar los gobiernos de la Revolución Nacional desde 1952 hasta 1964″ (pág. 44). “El Presidente Colgado” se esmera en relevar la decisiva influencia que Patiño siguió teniendo en la política boliviana, a pesar de la victoria del golpe antirosquero, es decir, antipatiñista, y esto gracias a la complicidad de ciertos gobernantes. A Antenor Patiño se le renovó su pasaporte diplomático y el parlamento “revolucionarlo”, en cuyo seno el lechinis­mo era mayoría indiscutible, modificó la ley de divorcio conforme a sus ocaionales conveniencias. A interferencias patiñistas se debió el sistemático boicot de los “nacionalistas” a la instalación de hornos para fundir estaño. Se puede añadir que en ningún momento los minerales bolivianos escaparon al control de la Patiño y, por tanto, del bloque imperialista angloyanqui. Todo el estaño fue y va a parar a la fundidora William Harvey o a la Tennant Sons and. Co., tradicional agente del Banco Minero. Los pulpos imperialistas siguieron moviéndose a sus anchas, a pesar de los encendidos discursos antiyanquis de los jerarcas del MNR. A la Grace, añade Céspedes se le respetaron sus privilegios.

Lo anterior no es más que la exteriorización de un fenómeno de capital importancia en nuestra política de los últimos años: la inevitable capitulación de cierto tipo de antiimperialismo ante el enemigo foráneo. Sería erróneo atribuir esta inconducta únicamente a los defectos personales, a la mediocridad, a la mala fe o a la corrupción de los dirigentes.

El antiimperialismo para realizarse debe necesariamente materializar la ruptura de las ligazones que unen a los países dependientes con la metrópoli. Esta gigantesca tarea puede ser cumplida satisfactoriamente por la aguerrida clase que no tiene compromisos de ninguna naturaleza con el orden imperante, modelado para garantizar la acción y privilegios del imperialismo.

La pequeña burguesía, particularmente en los países atrasados pretende, en el paroxismo de su osadía desarrollar su propia política equidistante del marxismo (clase obrera), considerado como utopía que exige muchos sacrificios, y del imperialismo. Como no tiene el suficiente poderío económico ni la necesaria conciencia de clase para estructurar una sociedad burguesa pujante, pretende llevar adelante profundas transformaciones contando con la ayuda y el visto bueno de los Estados Unidos. Estos ensayos no pueden prolongarse indefinidamente (su resultado sería la supervivencia de la Colonia bajo el signo del nacionalismo) porque en la revolución nacional” está presente el proletariado, que, ayudado por las frustra­ciones de la pequeña burguesía, adquiere fisonomía propia; esta clase social imprime autoritariamente su sello a los acontecimientos y con toda energía, al buscar el camino de su 1iberación, tiende a llevar el proceso más allá del marco capitalista que es tan grato a la gran metrópoli. Este último objetivo, solo puede materializarse si los trabajadores logran sobrepasar a la dirección pequeño-burguesa, a sepultarla políticamente.

La historia del MNR ilustra de modo trágico esta tesis. Dicho partido ha sido arrastrado y destrozado por dos fuerzas contrapuestas: el proletariado y el imperialismo.

Para acabar con la nefasta influencia del patiñismo y de los otros trusts engendrados por el capital financiero para evitar el empantanamiento de la revolución, el MNR no tenía más camino que seguir al proletariado, transformarse de dirección en simple coadyuvante de su nuevo caudillo. Todo esto presuponía un profundo sacudimiento ideológico capaz de proletarizar al partido pequeño burgués. Es cosa conocida que el lechinismo no se emancipó ideológicamente del MNR, sino que apenas, alcanzó a ser su expresión obrerista.

El movimientismo en el poder se fue abandonando más y más en brazos del imperialismo y para contener y aplastar a la creciente oposición obrera no tuvo “el menor reparo en aliarse con los Estados Unidos (producto de ese contubernio fue el renacimiento de la casta millar). La historia de los últimos años es la historia del descomunal choque entre las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución. Céspedes ha volcado en letras de molde su amargura al constatar el contraste entre las promesas hechas por los líderes movimientistas en la oposición y la obra realizada , desde el gobierno.

Las limitaciones del MNR, la degeneración y traiciones de sus dirigentes son parte inherente a su condición

Pequeño burguesa. Es ahí donde debe buscarse la raíz de la frustración de Paz en el poder y no en su desconocimiento de las virtudes del clan familiar que dice haberlo sacado del anonimato. Los aguafuertes de los personajes políticos son impresionantes, pero falta el análisis de las clases sociales y este es uno de los mayores defectos del libro.

La concepción antiimperialista de Céspedes, es en verdad, inofensiva. a pesar de los tremendos adjetivos que utiliza. Todo se reduce a la búsqueda de mejores precios para nuestras materias primas y a la protesta por el malbarato auspiciado por los malos gobiernos. No considera como una unidad la política interna e internacional de la burguesía imperialista, cree que esta última ha sido en Bolivia deformada e interferida por la rosca, esto permite suponer que si es reemplazada por el nacionalismo pequeño burgués pueden convertirse en ideales las relaciones boliviano-norteamericanas. A él se debió que, en los primeros momentos del gobierno Villarroel, hubiese sido designado agente confidencial, encargado de lograr el reconocimiento diplomático de la revolución nacional por el imperialismo. Sánchez de Lozada, uno de los consejeros de Rockefeller y pro-pirista. La siguiente cita presenta a Céspedes de cuerpo entero: “mis puntos de vista dice refiriéndose a la campaña por él desarrollada durante su visita a Norte América que consistían nada menos que en señalar la interferencia que introducía entre los Estados Unidos y el pueblo boliviano el monopolio democrático de la rosca, la cual desnaturalizaba la política norteamericana en Bolivia y desacreditaba las corrientes populares bolivianas en los Estados Unidos” (pág. 89).

Hay páginas lamentables como las dedicadas al empeño de justificar, con argumentaciones nimias, el profascismo y el racismo de muchas de las campañas emprendidas por “La Calle” (pág. 57). Es falsa la tesis que busca identificar a la izquierda marxista (para él parece existir únicamente el PIR) con las posturas pro-imperialistas. Toda idea y todo gobierno pueden siempre ser atacados y criticados desde la derecha y desde la izquierda, sin que esto quiera decir que estas tendencias se Identifiquen confundan. Pueden citarse muchos ejemplos en apoyo de lo expresado, pero preferimos repro­ducir lo dicho por Lenin en su “Materialismo y Empiriocriticismo”.

“Los materialistas han reprochado a Kant su idealismo, han refutado los rasgos idealistas de su sistema. Los agnósticos y los idealistas le han reprochado a Kant la admisión de la cosa en sí, como una concesión al materialismo, al realismo”.

“Purishkévich (monárquico, reaccionario extremado). . . exclama: “He criticado a los kadetes (partido de la burguesía liberal monárquica rusa) con mucha más consecuencia y resolución que vosotros, señores marxistas). Sin duda, señor Kurishkévich, los políticos consecuentes pueden criticar a los kadetes y lo criticarán siempre desde puntos de vista diametralmente opuestos; pero sería preci­so, sin embargo, no olvidar que vosotros habéis criticado a los kadetes porque son DEMASIADO demócratas, mientras que, nosotros los hemos criticado porque no son BASTANTE demócratas. Los machistas critican a Kant desde la derecha y nosotros desde la izquierda”.

El imperialismo atacó al gobierno de Paz Estenssoro porque creía que concluiría abriendo las puertas a la revolución obrera; nosotros lo combatimos partiendo de la certidumbre de que se había convertido en eI mayor obstáculo para el advenimiento de esa revolución. Esas posiciones contrapuestas volvían a centrar la lucha política alrededor del choque entre el imperialismo y el proletariado.

Citas que molestan a Lora

Por Augusto Céspedes

En este corto espacio respondo a al­gunas cosas que dice Guillermo Lora en “Presencia”, sobre libro “El Presidente Colgado”. Una vez más Lora no puede esconder su dogmatismo antimarxista en función de crítico. Sin discutirle la opinión que tiene de mi persona y de mi estilo, me refiero a su huraño y taciturno hermetismo sectario que le lleva al extremo de censurarme porque hubiera citado una frase de Ortega y Gasset sobre la Restauración, en lugar de considerarla “una etapa particular de la lucha de clases”. Ortega hace una definición brillante: “La Restauración significa la detención de la vida nacional. La vida española se hace hueco de si misma. Este vivir el hueco de la propia vida fue la Restauración. Perdióse en la Restauración todo lo verdaderamente fuerte, excelso, plenario y profundo.

Además del brillo de esta frase, Ortega no está negando que fuera el resultado de la lucha de clases. ¡Pero no es marxista! Luego, está prohibido citarlo.

También cité a Summer Welles, a David Alvéstegui. y otros, pero para el marxista grado A como Lora sólo se debe citar a los inscriptos en la Cuarta Internacional. Dice él que Ortega es el “filósofo del corcho” lo que obligaría a conocer únicamente a los escritores plúmbeos echando a los demás, como Nietzsche, al Index del Santo Oficio marxistoide.

Mas luego Lora dice “menudean las referencias a Nietzsche, Marx, Lenin, Trotzky, etc”, siendo la verdad que no menudean, sino que apelo a ellas cuando coinciden con el hecho histórico descrito o sintetizan la ley que lo rige. Al revés de la mentalidad de camisa de fuerza que pretende encajar la realidad dentro del proverbio, aunque grite. Hay una dialéctica de clases, indudablemente, pero hay que ver, en qué punto esa realidad cede ante la contradicción principal que es la lucha colonial contra el imperialismo. Los marxistas grado Lora (grado 99.99) han acumulado durante 30 años resmas clasistas de papel trotskoide sin otro resultado que postergar la liberación nacional y ayudar a la Oligarquía a tomar el poder, constituidos en sus agentes ideológicos de retención, en meros provocadores con sus utopias del gobierno obrero- campesino.

Su antipatía al nacionalismo condu­ce a Lora a censurarme poruna referencia que hago en mi libio al diario “La Calle”, cual si al historiar la fundación del MNR y el periodo Villarroel se pudiera prescindir de ese instrumento revolucionario y de los que lo escribieron. Sin ser personajes de Carlyle, tradujeron el inconformismo de un sector social en medio de un país estagnado y estañado. La historia no la hacen los héroes, pero se hace necesariamente con los hombres, no sólo con las teorías. “La Calle” no fue como “Masas” que nunca hizo historia y que nunca tuvo masa que la siguiera, quedando como desahogo de un pe­queño burgués solitario.

Del mismo modo, Lora se resiente porque relaté que los mineros de Catavi me levantaban en hombros, actitud que nunca tomaron con él, no obstante ser yo un “doctor” para los obreros y Lora un “camarada”. Mi crítico tuvo que resignarse al rol de suplente cuando, caído y colgado Villarroel, cubrió la. vacancia dejada en las minas por el MNR.

Entonces fue que Lora adobó su “tesis de Pulacayo”, fantaciencia pura, con go­bierno obrero campesino, socialización, dic­tadura del proletariado, revolución perma­nente, traducción barata de Trotzky, fruto de la mentalidad que cree en la teoría en sí y no en las transformaciones de la histo­ria.

De ahí es que Lora me reprocha ahora haber citado también a Abelardo Ramos, uno de los más altos ideólogos de la izquierda nacional latinoamericana, porque éste en 1947 denunció la campaña de los poristas contra Villarroel como una traición a la revolución.

La cita es la siguiente: “Verdaderamente hay que tener la cabeza vacía para reducir los antagonismos mundiales y los conflictos militares a la lucha entre fascismo y democracia”.

Ese recuerdo de la cabeza vacía que le endosó su ídolo Trotzky es lo que más ha disgustado a Guillermo Lora. No hay más espacio por ahora.

Miércoles 24 de Enero dé 1968. “JORNADA”.-

Las desventuras de un izquierdista sin rumbo

Por Jorge Abelardo Ramos

La publicación del libro de Augusto Céspedes “El Presidente Colgado”, cuya verdad histórica y la prosa epigramática del autor están demás ponderar, ha dado lugar a un duelo li­terario asaz desparejo. El señor Guillermo Lora, que dragonea desde hace años como “trotskysta” en Bolivia, se ha permitido mencionar mi nombre en el debate; y Céspedes lo ha zaran­deado con su habitual maestría, formulando ha­cia mi persona un elogio que me ha dejado perplejo. ¡El trotskysta Lora me ataca y el nacionalista Céspedes me defiende! ¡Como para entender la política latinoamericana con la ayuda de la clasificación de izquierda y derecha impuesta por los ujieres de la Revolución Francesa! Lora debería saber que esta antinomia —izquierda y derecha— tiene antecesores europeos y que difícilmente pueden comprenderse con ella los problemas de los países coloniales y semicoloniales.

Es perfectamente natural, por lo demás, que Lora no entienda la observación anterior. Ejerce la ignorancia con respecto al marxismo viviente desde hace tantos años, que aún dormido es capaz de elegir el camino equivocado. Recuerdo a este respecto que cuando en 1947, pocos meses después de la caída de Villarroel—golpe imperialista en que Lora participó co­mo “izquierdista”—, visité Bolivia, perdí muchas horas discutiendo con el Comité Central del POR en La Paz sobre el significado de los acontecimientos del 21 de julio. Me esforcé en se­ñalar que el aspecto más importante del pensamiento marxista para los latinoamericanos residía en el estudio de la cuestión nacional. Que no todo Marx ni todo Lenín eran aplicables a la especificidad latinoamericana y que, en definitiva, no disponíamos de citas omniscientes de los maestros del socialismo para responder a la peculiaridad de América Latina, a cada problema, a cada libro, a cada plato picante y a cada proceso político que se ofreciese a nuestra contemplación. Que, en fin, no había más remedio que pensar con nuestra propia cabeza y redescubrir una interpretación marxista de la realidad sin otra ayuda que el intelecto. Pero como este precioso producto está injustamente repartido en el mundo (tanto en el desarrollado como en el subdesarrollado) Lora permaneció indiferente ante estos razonamientos.

Gozaba a la sazón de una banca de di­putado, a título de gratificación por sus buenos oficios en derribar a Villarroel. Los movimientistas derivaron sus votos hacia este intrépido izquierdista, pues el MNR estaba proscripto. El nacionalismo estaba en la ilegalidad, pero el gobierno imperialista de Monje Gutiérrez toleraba en cambio a un “trotskysta” en el Parlamento. Este hecho curioso habría sumido en hondos cavilaciones a políticos serios. Pero Lora se abrazó a la banca con el corazón alegre. Y publicó en el semanario “Lucha Obrera”, órgano del POR, un artículo titulado: “El mito del villarroelismo en las minas” donde vilipendiaba al Presidente mártir, tanto como a los movimientistas que lo habían votado. Esta obstinación era tanto más sorprendente, por cuanto pocos días antes yo había insistido en La Paz ante el Comité Central del POR y ante Lora personalmente, en que el deber imperioso del POR consistía en adoptar el nombre de Villarroel como la bandera gloriosa de ese partido, así como ya lo era para todo el pueblo boliviano y para toda América Latina.

Pero por alguna extraña razón, el licenciado Lora creía que el militar Villarroel, como todos los militares, era sustancialmente un reaccionario. Sustituía así todo el método marxista por un criterio de sastrería: el civilismo era bueno y todo militarismo era malo. En esto no coinci­dían los mineros de Llallagua. Pues yo viajé poco después de aparecido dicho artículo a los distritos mineros en compañía del malogrado compañero Fernando Bravo, con quien asistí a una reunión de dirigentes mineros de ese dis­trito. Al comentar el artículo infortunado de Lora, un dirigente dijo lo siguiente: “Hemos hecho diputado a Guillermo y cuando venga a Llallagua lo colgaremos”. Ese minero no conocía a Marx, pero su lógica era irreprochable. Lora era flexible, sin embargo: pues cuando se trataba de derribar a un presidente nacionalista, hasta ciertos militares le resultaban aceptables.

Tales son las razones que me respaldan para poner en duda las afirmaciones de Lora como “experto en Trotsky”. Trotsky” era maestro de revolucionarios, no de contrarrevolucionarios. Trotsky apoyó al General Cárdenas; no participó en cambio en ninguna conspiración imperialista para derribarlo. Trotsky dijo que aún cuando rechazaba el régimen de Vargas, estaba dispuesto a apoyar al Brasil de Vargas si entraba en una guerra contra la Inglaterra democrática. Pero Trotsky no hubiera jamás considerado, siguiendo en esto a Lenín, que en Bolivia la contradicción fundamental se da como una “colisión entre el proletario y el imperia­lismo. Todas las otras contradicciones son se­cundarias”, (G. Lora, en “Presencia”, 21 de enero de 1968). Esta rutilante gema podría ingresar sin dificultades a un Museo de las Ideologías Raras. Pues hasta un niño sabe que en Bolivia el proletariado, sea minero o fabril, y como es propio de todos los países semicoloniales, se compone de un reducido sector (unos 50.000 o a lo sumo 60.000 obreros). en una po­blación que supera holgadamente los 4 millones de habitantes. En tales condiciones, el proletariado no puede decidir por sí mismo las cuestiones fundamentales de la revolución. Las restantes clases no proletarias de la sociedad boliviana, oprimidas y explotadas por el imperialismo, participan en la revolución, con sus propias ilusiones, que son menos fantásticas sin duda que las del Sr. Lora. Esas clases medias (en Bolivia, en Cuba, en Argelia) integran un vasto frente, en el que participa también el proletariado, aunque no sus intérpretes autoelegidos como Lora, y ocupan la escena política del conflicto que Lenín definía de manera diferente a la de Lora: pues en efecto, como Lenín no era un doctorcito altoperuano sino un revolucionario auténtico, no sostenía como Lora que en los países semicoloniales la lucha se desenvolvía entre “el proletariado y él imperialismo” sino que se trataba en el mundo moderno del enfrentamiento entre “naciones opresoras y naciones oprimidas”. Suena distinto ¿verdad?

En cuanto a las limitaciones del MNR, como dice Lora y a la “degeneración y traiciones de sus dirigentes… que son parte inherente a su condición pequeñoburguesa”, de esto habría mucho que hablar. Con estos clisés que Lora lleva incrustados en su delicado cráneo no se puede avanzar mucho en la comprensión de la política contemporánea. También los revolucionarios cubanos, con Fidel Castro, comenzaron como pequeños burgueses. Pero al parecer ni degeneraron, ni traicionaron. En cambio, en la Unión Soviética, muchos antiguos obreros terminaron en verdugos y degeneraron en burócratas. Para no hablar de Bolivia. Lora no sabe muy bien de qué habla. Pero su participación en el suplemento literario de “Presencia” presta a esa hoja cierto encanto juvenil. Su polémica con Augusto Céspedes me ha per­mitido, al menos, meditar ,sobre los ancestros políticos de Lora. Creo que no son justamente Marx, ni Lenín, ni Trotsky. Su remoto maestro es otro doctorcito, Casimiro Olañeta, el que traicionó a su tío el Mariscal, a Sucre y a Santa Cruz.

Buenos Aires, marzo 7 de 1968.

Breves recuerdos a un imperialista

Por Luis Antezana E.

“No significa nada escribir como antiimperialista cuando en la conducta se sirve al imperialismo. Es el caso de Lora, embarcado en la lucha ” trotzkista” desde 1940. Así actuó en el derrocamiento de Villarroel junto a la Rosca, el 21 de julio de 1946. En un reciente artículo que publica en “Clarín”, Lora afirma: “La actitud porista (el 21 .de julio) fue acertada, si se ven las cosas desde el punto de vista, obrero y revolucionario (!!).

¿Qué quiere decir esto? Ni más ni menos que Lora luchó contra el régimen Villarroel y ayudó a derrocarlo.

Igual que otro porista, Ernesto Ayala Mercado que viajó a las minas, junto con Lora, “para convencer a los trabajadores de que aceptaran el gobierno de sus verdugos” (Carta publicada en “Clarín”, N° 50). En 1946 el POR ya buscaba “la solución por la catástrofe”, procedimiento que condujo a los proletarios bolivianos a los dolores y tragedias del sexenio, como las masacres de 1949, de las cuales el mismo Lora es coresponsable. ¡Esto es la “izquierda” boliviana !

‘¿,Qué imperialismo ataca Lora? ¿Qué anti-imperialismo practicó en abril de 1952? Entonces, Lora estaba en París,. pasando vacaciones. Entonces pronosticó que el régimen de la Revolución no duraría nl una semana. Desde su nacimiento la atacó “con el arma del marxismo”.

Lora evidencia al desnudo su posición de “izquierda”… contrarrevolucionaria en 19E4. Igual que en 1946 ataca la revolución “desde la izquierda, para la. derecha”. Esta no es una afirmación caprichosa, pues el “teórico” Lora pronosticó el “golpe militar”, considerándolo como “inevitable”. Así, afirmó: “Las tendencias fundamentales de la evolución política llevaron al país, de manera INEVITABLE hacia el régimen militar”. (Abajo la Bota, Pág. 24).

Para Lora, no sólo era “inevitable” el golpe militar, sino que según él mismo, contribuyó a producirlo. Su confesión es concreta y textualmente dice: “Llegó un momento de la evolución política en el cual los revolucionarios marxistas y los imperialistas norteamericanos arriban a. la misma conclusión: había que acabar con el desgobierno movimientísta, porque se había con-vertido en obstáculo para el cumplimiento de las ambiciones de tendencias tan dispares” (Abajo la Bota. Pág. 14).

He ahí el “revolucionario”, el “antiimperialista”, arribando a las mismas conclusiones que los imperialistas norteamericanos, para derrocar a la Revolución. Lora aliado conscientemente con los- enemigos del proletariado, como aquellos que él mismo define como los autores del “mamertazo” de 1964. Lora afirma:. “El imperialismo jugó un papel de importancia decisiva en la preparación y cumplimiento del mamertazo (4 de noviembre) que constituye un golpe palaciego de los intereses foráneos. Para comprender debidamente el problema se debe tener en cuenta que en nuestro país la contradicción fundamental “—en el plano de la lucha de clases— no es otra que el antagonismo entre el proletariado y el imperialismo”. ¿ Y qué hace Lora? Se alía a eso imperialismo.

Las contradicciones de Lora son ostensibles. Ahora quiere negar lo que buscaba con insistente ardor “revolucionario”: el gobierno militar. Salió a luchar a las calles para derrocar al MIR con el fusil bajo el brazo, pues su objetivo era “sepultar al ALAR en su integridad y expulsarlo del poder” (Denuncian os el mamertazo. 51).

Eso objetivo obedecía a un plan de la “izquierda” criolla, en alianza con el PURS, y los partidos de la Rosca, plan que buscaba derrocar al DINR, encumbrar luego un gobierno militar, el cual sería lue­go derrocado por una movilización popular, la cual, luego pondría en el poder a un par­tido (POR, PRIN, PC.) o un “frente do iz­quierdas”.

Ese también era el plan de Lora. Este decía: “Una cosa es si la dictadura militar que sigue al mamertazo puede o no mantenerse en pie por mucho tiempo. Si se toma en cuenta que tal combinación palaciega forma parte de la respuesta contra­rrevolucionaria al ascenso de las masas, se tiene que concluir que la dictadura no podrá menos que acentuar la movilización popular. Esta movilización puede concluir expulsando a los militares del poder, si antes no se ha operado una profunda sangría de las filas del pueblo” (Denunciamos el mamertazo. Pág. 30).

Lora era tan consciente de la contra­rrevolución que hasta pronosticaba que venía una “profunda sangría de las filas del pueblo”. Al buscar la contrarrevolución también buscaba las masacres de obreros. Como hermano siamés de Juan Lechín pen­saba y actuaba con la misma forma.

El descomunal Lora creía que después de la Junta Militar iba a venir el go­bierno obrero—campesino dirigido nada menos que por él y que bastaba provocar algunas “huelguitas”. ;Qué marxista! Y cuando vinieran los sucesos de mayo, Lora se mandó cambiar al exterior, según comu­nicado de prensa. He ahí los antiimperialistas, sostenidos por el imperialismo.

Han pasado más de tres años de los pronósticos lorunos. El gobierno obrero campesino es tan remoto que no hay un solo sindicato en el país. Lora traicionó al proletariado boliviano. El lo sabe más que nadie, aunque para olvidarlo escriba y escriba miles de artículos con millones de palabras.


Octubre de 1968

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