RESTRICCIONES ADUANERAS

Suiza, la Isla de Europa, Teme por sus Industrias de Precisión

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

PARIS. — Los proyectos sobre la posible federación económica europea,  planteados en las circunstancias actuales, presentarían un carácter utópico si la angustiosa situación económica de las viejas potencias no llegara al límite de lo trágico. Mientras los esquemas sobre los “pools”  agrícolas y de acero y carbón son debatidos en las mesas de los grandes directorios de los “trusts”, los gobiernos cercados por los problemas inmediatos clausuran día a día sus fronteras.

Francia, frente al espectro de la gran producción alemana que la abate en algunos mercados sudamericanos, se apresura a conservar el mercado de la metrópoli. Su déficit frente a la Unión Europea de Pagos es un elemento más para justificar sus restricciones comerciales y financieras. El vasto mercado europeo abierto para la gran producción es una ficción idílica que escapa diariamente a la realidad.

Las voces quejumbrosas de los gobiernos repiten en el mismo tono la misma letanía: Queremos  mercados y necesitamos defender los nuestros. La estrechez del mundo capitalista contemporáneo se vislumbra en la política proteccionista de las viejas colonias que se cansaron de padecer hambre y levantan sus fronteras frente a los agonizantes imperios. Las protestas de la India ya resuenan tan vigorosas como las de Inglaterra, y el- Commonwealth se defiende igual que Francia y la Unión Sudafricana.

Pero la voz de Suiza, ese país de tarjeta postal clavado en el corazón de Europa como refugio final de los que pierden el último barco, todavía no se había escuchado. Ese país que se beneficia con las quiebras y las catástrofes mundiales, y que existe gracias a un tácito compromiso de beligerantes ansiosos de un sereno reposo para gozar sus pequeñas glorias, hace escuchar su voz de flauta en la tempestad encarnizada que amenaza sumergir todo el continente.

Recordemos que Suiza reclama para sí el puesto de primer país exportador del mundo en proporción a su población. Esa isla paradisíaca, pulcra y prolija, libre de toda contaminación, ha hecho de sus hijos rubios, minuciosos artesanos de lo pequeño y anfitriones sonrientes de todos los financistas refugiados del mundo.

Pero Suiza, ese país que pareciera vivir de alegorías y que proporciona sus  jóvenes más hermosos a la Corte del Vaticano para proteger las fronteras espirituales del Estado Católico, ha reclamado sus derechos a los mercados franceses. Suiza no puede renunciar hoy a las ventajas concretas de sus exportaciones de relojes. Las restricciones de la aduana francesa aumentan cada trimestre y si el mundo es pequeño para la gran producción en masa, lo es también para las industrias de precisión. El gobierno de la Confederación Suiza teme que los sismos de la próxima hecatombe destruyan la hermosa tarjeta postal y los grandes capitales emigren a islas menos expuestas a los bombardeos.

Articulo publicado en el Diario Democracia

Edición del domingo 20 de julio de 1952 (Pág. 1)

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