CLAVES DE LA DOMINACION MUNDIAL

Desde Napoleón Hasta Truman los Estrechos Turcos Son Zona de Fricción

Por Victor Almagro

EXCLUSIVO

            PARIS-  La política moderna ha contribuido al desarrollo de dos materias conexas: geografía e historia.  Los niños de hoy pueden trasladar su mirada desde las historietas  a la página de telegramas y en todas partes encontraran pelabras[1] indicativas de lugares remotos que ya resultan familiares.  Las propias historietas se interesan por los nuevos inventos e innovaciones técnicas, si dejamos de lado el aspecto particularmente morboso que ensombrece algunas páginas de “tiras cómicas” en el periodismo norteamericano.

            El problema de los estrechos turcos ha preocupado a los estrategas de Rusia, Turquía, Alemania, Francia y contemporáneamente a los Estados Unidos, esa punta de lanza del imperialismo que considera al planeta como su dominio natural.

Ya Napoleón había indicado a esa zona como una región “llave de la dominación mundial”.  Si bien es cierto que actualmente no podría decirse algo tan rotundo, ya que el advenimiento a la vida política de nuevos estados soberanos ha repartido en múltiples radios esas “llaves”, los estrechos continúan siendo de una importancia capital para la Unión Soviética o para cualquier otra potencia interesada en el dominio del mundo.  Potenciando esta idea, podríamos decir que las fronteras estratégicas de los Estados Unidos también se encuentran en el Bósforo.

        El imperio zarista

            La aspiración rusa de obtener un control político y militar no sólo sobre los estrechos sino también sobre Estambul, había sido enunciada por los ministros del régimen zarista primero y luego por sus generales.  Como correspondía  a la ineptitud formidable de este régimen, que no ganó ninguna guerra con ninguna potencia de occidente, esas ambiciones concluyeron en un completo fracaso.

            El fundamento de esa política, sin embargo, no era ilusorio.  La región de los estrechos no solo se conectaba con las regiones rusas del Mar Negro, sino que unían  a Europa con Asia y abrían la posibilidad de una expansión hacia el Mediterráneo. La caída del zarismo encontró en la burocracia soviética a la heredera de problemas geográficos similares, pero de un contenido político diferente.

            Stalin habría exigido en sus acuerdos con Hitler, manos libres en la región de los Dardanelos, pero el dictador alemán se negó a satisfacer ese requerimiento, fundado en las mismas razones esgrimidas por Inglaterra o Francia en el pasado, vale decir,  en el temor a un excesivo poderío de la Unión Soviética en la Europa Occidental.  Se trataba de cerrarle el camino.

Los paradójicos reagrupamientos políticos de esta post-guerra tan bélica han planteado una nueva situación en Turquía.  En la época del sultanato, esa nación estaba frecuentemente ligada a la política exterior del Káiser.  Con la revolución de los “jóvenes turcos”, la nueva burguesía otomana realizó una política pendular entre las grandes potencias, apoyándose alternativamente en una u otra.

El ascenso de  Estados Unidos a las cumbres de la política mundial ha inducido a Turquía a realizar otro viraje, esta vez hacia Washington.

Como las necesidades defensivas de la Unión Soviética abarcan no sólo la Cortina de Hierro, sino también cualquier ruta de penetración hacia su territorio, como los estrechos turcos, somos testigos de un nuevo duelo entre los dos grandes bloques. Truman envía armas y obtiene bases en los estrechos.  La URSS protesta y se fortifica en el Mar Negro.  Y la antigua nación neutral turca, lo mismo que los enemigos de los “aliados democráticos”- Italia, Alemania occidental y Japón-, se estrechan en apasionado idilio con el país que fabricó la bomba atómica. Asomado al panorama actual del mundo, desde el cielo o el infierno.  Hitler se dirá: “Yo no comprendo nada”.  Pero no es tan difícil entender este siniestro galimatías.


[1] Error de tipeo, en donde dice pelabras debe decir palabras.

Artículo publicado en el Diario Democracia

Edición del Jueves 24 de Enero de 1952 (Pág. 1)

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